Fotografía propuesta por su autor: ALEJANDRO NEMONIO ALLER, para la sección "PONIENDO HISTORIAS" de Cuento cuentos contigo.
(Se escribe un relato inspirado en la propuesta y el autor elige aquel que personalmente mas le ha gustado).
En esta ocasión son 10 los relatos presentados:
- "Debajo de las hojas"
(Manuela Bodas)
- "Cuando no hay sol"
(Mari Sol Valladares)
- "Flor de invernadero"
(Laly DBT)
- "Cuentocuentos"
(Armando Gutierrez Domínguez)
- "La vida en F/2.8"
(Flor Méndez Villagrá)
- "La Flor de la Vida"
(Noemí Montañes)
- "El Geranio Blanco"
(Marcos Castro Morán)
- "La Vidente"
(Jesús López)
- "Ensueño de Luna"
(Luis Fernando Gonzalez)
- Geranio Blanco
(Marta Redondo)
En esta ocasión son 10 los relatos presentados:
- "Debajo de las hojas"
(Manuela Bodas)
- "Cuando no hay sol"
(Mari Sol Valladares)
- "Flor de invernadero"
(Laly DBT)
- "Cuentocuentos"
(Armando Gutierrez Domínguez)
- "La vida en F/2.8"
(Flor Méndez Villagrá)
- "La Flor de la Vida"
(Noemí Montañes)
- "El Geranio Blanco"
(Marcos Castro Morán)
- "La Vidente"
(Jesús López)
- "Ensueño de Luna"
(Luis Fernando Gonzalez)
- Geranio Blanco
(Marta Redondo)
de cuya lectura pueden disfrutar a continuación:
DEBAJO DE LAS
HOJAS
Relato seleccionado por el autor, para representar su fotografía
(Autora: MANUELA BODAS)
-¡Oh,
que blandita! Era nuestra primera vez. Era la primera vez que aterrizábamos en
el planeta Mano.
Nosotros
vivíamos debajo de las hojas. Teníamos un halo de demarcación que nos protegía
de los peligros externos. Éramos un micromundo en el que todo era perfecto.
¿Todo era perfecto? Si, todo era perfecto. Allí dentro teníamos la temperatura
ideal para vivir, las hojas nos ofrecían su verde extensión y las habitábamos
encantadas.
Nos
ofrecían su verde extensión, a cambio de que cantásemos nuestras nanas para que
las hojas, pudieran sustentar sus flores.
¡Ah,
que no lo entiendes! Si te tomas un tiempito, te lo explico. Primero, ahí va
una de las nanas de las que les dedicábamos a las flores para que se
mantuvieran siempre su frescura.
Cantamos para ti un canto,
un canto de calma y beso.
que arrulla a tus tiernos pétalos,
y a tus fibras blancas de nieve.
Cantamos un canto albo.
Ea mi pétalo ea,
duérmete en esta palma
de piel y de estancia,
donde tus flores son almas
y tus hojas un corazón sin espinas.
Ea mi pétalo ea,
duerme tu sueño de calma y beso.
Esta
nana repetida, tiene su aquel, es decir, logra la eterna juventud para las
hojas y las flores que viven en la bola de cristal que sujeta el planeta Mano y
nosotros, los que habitamos tras las hojas, a su vez, también logramos
mantenernos siempre igual.
Llegados
a estas alturas de la narración, te preguntarás:
-¿Pero
quién demonios sois los que habitáis detrás de las hojas?
- ¡Ya
estabas tardando! Pues bien, nosotros somos esos seres invisibles, que tenemos
la misión de cuidar el bien. ¡Ah! ¿Qué no te lo crees? Ante eso nada podemos
hacer. Solamente decirte y atrevernos a recomendarte que mires fijamente esta
foto que nos ha dedicado Alejandro, no se nos ve, pero si te paras un ratín a contemplar
la fotografía, notarás la viveza del verde, la gran profundidad del blanco de
las flores a las que arrullamos eternamente. Y el planeta que nos sostiene, el
planeta Mano, tiene más de mil años. ¡Por supuesto, no das crédito! Parece que tiene la piel de un niño ¿verdad?
-¿Hace
otra nana? Pues ahí va, verás como después de entonarla con nosotros comprendes
mejor quien somos. Pero ahora imagina que la nana va dedicada a ti. Solamente
la entonamos para ti:
Cantamos para ti un canto,
un canto de calma y beso.
Ea buen humano ea,
tu que eres tan frágil como un soplo
y tan efímero como un segundo,
tendrás vuelo y calma
si dejas a tu corazón, que respire
la luz de las cosas pequeñas.
Ea buen humano ea,
deja que entre la risa
en tu casa de barro.
Deja que el sol se pose
en el vuelo de tu angustia.
Ea buen humano ea,
déjate inundar por la calidez
de los seres invisibles,
que os dan su compañía
y os aman, y protegen vuestras horas.
Ea buen humano ea,
deja que el niño que en ti mora,
tenga sus alas siempre abiertas.
El fotografo Alejandro Nemonio Aller, haciendo entrega de una reproducción de su instantánea a la autora del relato elegido Manuel Bodas, en el encuentro de
CUENTO CUENTOS CONTIGO del día 9-11-2018
CUANDO NO HAY SOL
(Autora: MARI SOL VALLADARES)
Mi Madre siempre tenía geranios en casa. Pero esta vez las cinco plantas de colores
estaban en un lamentable estado. Daba igual regarlas que no, cada día, perdían un nuevo
brote y las flores ya nacidas, caían sin remedio. Solamente aquel pachucho y lastimoso
geranio blanco, parecía tener la fuerza suficiente para aguantar lo que fuera que les estaba
afectando. Ella cada día recogía de la trébede las hojas y los brotes secos. Y un día sacó el
tiesto del geranio rosa, dos días después el geranio rojo fue dado de baja, y así hasta que
un mes después, solo quedó el blanco. Como era un poco sinsal, siempre había tenido algo
abandonada esa planta, tan… mustia, tan blanca, tan poca cosa. Sin embargo, allí estaba,
cada día más fuerte, con mejor pinta, cada día más bonita. Y le habló y le pidió perdón por
ignorarla a causa de su falta de color. Esa planta pasó a ocupar un lugar privilegiado,
destacado, principal dentro de la casa. Sólo después, ya entrado el otoño también el
geranio blanco comenzó a secarse y, al recoger sus hojas muertas, se dio cuenta de que no
eran las plantas las que tenían algo malo, era la falta de sol lo que las mató. Ahora
comprendió que nunca debió haberlas encerrado en ese espacio, su vida estaba fuera, al
sol.
FLOR DE INVERNADERO
(Autora: LALY DBT)
Hoy,
Lucía tiene una belleza especial…
Una
suave capa de maquillaje le da un
aspecto natural y relajado y su leve sonrisa desprende una extraña calma, como
sintiéndose en paz consigo misma.
El
peinado, una discreta melena rozando apenas sus hombros, ha sido un acierto.
Tan
elegante como siempre, pero más serena que nunca.
Hace
mucho que no recibe a tanta gente porque Gerardo llega cansado del trabajo y
dice que no está para fiestas. A Lucia no le importa, comprende que trabaja
demasiado para que a ella no le falte nada, incluso a veces se siente culpable
por recibir tantos regalos.
¡Tiene
tan buen gusto! Y siempre acierta con las tallas.
-Para la flor más hermosa de mi casa… Dice
siempre, cogiéndola la cara entre sus manos y mirándola con el mismo fervor con
que se adora a una diosa.
-Pero estás un poco pálida. Un día de éstos
te llevaré a dar un paseo por el campo.
Y
ella sonríe, tan silenciosa como siempre, antes de abrir el nuevo regalo.
Precisamente
hoy, va cubierta de pies a cabeza con sus valiosos obsequios.
Hoy,
Lucía tiene una belleza especial… El vestido negro marca suavemente su silueta,
sin pasarse, como a él le gusta. El negro es su color favorito, sencillez y
elegancia eternamente de moda, ideal para esta ocasión.
Lleva
zapatos elegantes pero cómodos, una
elección perfecta para un largo viaje y no parece preocupada por si se rompen
sus medias de cristal, tan hermosas y frágiles como ella.
Luce
un fino collar de perlas, no demasiado largo, no vaya a alcanzar el escote y
atraer miradas, ni demasiado corto, no vaya a rozar su cuello, reservado para
las suaves manos de Gerardo, que lo rodea como nadie. Todo debe ser moderado.
En
sus orejas brillan unos pendientes de oro fundido a puño y fuego, como se funde
el metal de los muertos.
Su
perfume de siempre, Eternity, alivia
el olor a incienso que invade la iglesia y se mezcla con el aroma de las flores
que la rodean, las que como ella, han vivido en una burbuja de cristal, a salvo
de peligros externos, las que mañana
estarán tan muertas como ella.
Y
sobre el ataúd, alguien ha puesto su cajita de música abierta para atenuar los
sollozos, el murmullo de los rezos y a eso de las cinco, las campanas tocando a
muerto.
Hoy
Lucía tiene una belleza especial… Lo único que no lleva puesto es el precioso
conjunto de lencería fina que Gerardo la regaló anoche. Lástima que no la apeteciera estrenarlo para
él y elevarlo al séptimo cielo.
Dicen
que anoche hubo cristales rotos y esta mañana una flor yacía en el suelo.
Hoy
Lucía tiene una belleza especial… parece estar en paz… quién lo iba a decir…
con lo buen marido que era…
CUENTOCUENTOS
(Autor: ARMANDO GUTIERREZ RODRÍGUEZ)
¿Qué pensaste,que lo tenías todo aferrado?
Nunca pudiste imaginar que la realidad se volviese en tu contra, que lo impensable,
lo nunca soñado, se hiciese tangible.¡Qué ingenuo!
Mírate. Busca un espejo. Descubre esos ojos abiertos de par en par, fijos y brillantes
cual bolas de vidrio inerte, (absortos).
Lo tuviste todo en tus manos y no supiste aprovecharlo. Apretaste demasiado, sin medida,con saña incluso. Para después abandonar sin duelo ni excusa, sin ni
siquiera motivo aparente.
¡Y aún tienes la desfachatez de volver sonriente!
Demasiado tarde.
Traes otra bandera para la misma guerra, un trapo muy grande para tan escasas
lágrimas.
Demasiado tarde.
Venías a un funeral y te encuentras con un cabo de año.
Demasiado tarde.
Muestras cristales y unos pocos granos del paciente y roto reloj de arena...
De arena y tierra se ha rodeado la abandonada semilla, mostrando humilde el tierno
verdor de la nueva vida.
No intentes tocar, desiste. Jamás sentirás el suave tacto.
Mira si lo prefieres. Te cautivará su hermosura.
Huele, inténtalo. Huele y responde si tienes valor:
¿Cuál es el aroma de la indiferencia?
LA VIDA EN F/2.8
( Autora: FLOR MÉNDEZ VILLAGRÁ)
Carlitos siempre será Carlitos para
todos. Ahí tienen a la tía Lola que le sigue preparando el arroz con leche como
cuando era niño, al señor José, el vecino del tercero de toda la vida, que le
sigue llamando chaval a pesar de sus 56 años, la Señora Carmen con la que sigue
coincidiendo a veces en la pastelería que regentó durante años y al que sigue
invitando, cuando eso sucede, a un pastel de milhojas de merengue (su debilidad
desde que tiene uso de razón), y como no, Carlitos siempre será Carlitos para
su madre, a la que solo una vez la oyó llamarle
Carlos, quizá porque hasta ella
consideró fuera de lugar el diminutivo al sorprenderle en su cama matrimonial
con la mujer del comandante Marinos, el vecino del segundo.
Carlitos siempre fue un niño
“especial” para los que le querían, y un
niño “rarito” y “pedante” para el resto. Desde pequeño demostró una
predisposición innata para crear su propio mundo y aislarse en él, y una
inteligencia poco común para los parámetros “normales” de su edad.
A los seis años, los padres de
Carlitos recibieron una carta de su profesora en la que les aconsejaba poner a su hijo en manos de
especialistas ante las reiteradas conductas “inapropiadas” del niño.
Carlitos aguantó sin rechistar
sesiones, estudios, pruebas de psicólogos, psiquiatras, neurólogos e incluso santeros,
sin que ninguno de ellos se atreviera a dar un diagnóstico fiable de la
conducta del pequeño, lo que dejó a la familia sumida en un desasosiego
perpetuo y con la sola esperanza de que según fuera creciendo, Carlitos se
fuera “entonando”.
Pero no, Carlitos nunca cambió, ni se
“entonó”, ni na, y la familia empezó a
asimilar y a acostumbrarse a lo que prefirieron llamar “las manías de Carlitos”.
Carlitos nunca se llevó bien con la
gente, quizá porque desde niño fue víctima de burlas e incomprensión por parte
de sus compañeros y evitaba siempre que podía la conversación o el contacto con
las personas, ya fueran niños, adultos o mayores. El por qué había acabado
entablando tan “especial” amistad con Isabela, la mujer del comandante, era
para todos un misterio, sobre todo para su madre que jamás se recuperó del
susto de ver el generoso cuerpo desnudo de la vecina sobre el enclenque
Carlitos, visión que por otra parte nunca compartió con nadie, llevándosela a
la tumba.
Isabela la vecina y su marido el
comandante, se instalaron en el segundo piso del edificio tras el ascenso de
este último en el escalafón militar y el correspondiente traslado desde su antigua base aérea de Gando. Canaria
hasta la médula, el aire se le hizo pesado sin los olores de su océano querido,
y las continuas ausencias de su marido le hacían añorar aún mas los abrazos de
su familia y amigos, solo los paseos diarios con su cámara fotográfica por la
ribera del Bernesga le devolvían la sensación de no haber perdido la capacidad
de enamorarse de los colores.
Una de esas mañanas, sorprendió al hombre que vivía en el 1ºD,
entre la vegetación de la orilla contemplando absorto unas pequeñas plantas y probando
en su cámara varias lentes que se
encontraban esparcidas a sus pies.
-
Yo
probaría con una 90mm y apertura de
diafragma de 2.8, le gritó Isabela.
-
Es
la mejor, sin duda, le contesto Carlos sin levantar la mirada.
Isabela se deslizó por la pendiente y
le tendió la cámara a Carlos
-
Fotografié
esa misma flor ayer
Carlos por primera vez levantó los
ojos y le tendió su cámara diciéndole:
-
Yo
también
E Isabela se descubrió en el visor de
la cámara de Carlos; su silueta difuminada rozaba las pequeñas flores blancas, tan nítidas y
luminosas que llegaban a resultar casi irreales, a ella le pareció, sin duda ninguna, la foto
mas bella que jamás había visto. Carlos levantó sus ojos y viendo los de
Isabela sonrió
Y entonces….como hacerle entender a la
Señora Carmen, que por primera vez, aquella vez, Carlitos se sintió Carlos. Que
por primera vez, aquella vez, encontró a alguien que sabía ver los mundos que
se esconden tras los mundos reales y que al igual que él podía traspasar los
espejos y encontrarse en el ángulo exacto y único, marcado por su objetivo, en
ese conocido “punto dulce” donde la distancia focal marca la nitidez justa en
la fotografía de la vida. Como hacerle entender, Señora Carmen, que Carlos e
Isabela formaban juntos, la instantánea perfecta.
LA FLOR DE LA VIDA
(Autora: NOEMI MONTAÑES)
Observando
aquella diminuta flor, delicada, de un blanco apabullante, de pétalos
irregulares y corola diminuta de un amarillo deslumbrante, rodeada de esas
hojas de trazo irregular de una morfología efecto de los últimos cinco años de
investigación de Flor, ahora ya doctora en botánica.
Aquel 26 de junio cuando la bautizaron Flor,
nadie podría imaginar que toda la vida de esa bebé tendría un matiz floral. Su querencia por el mundo vegetal nació desde
bien chiquita por sus estancias veraniegas en la casa de los abuelos a pie de
una montaña gigantesca a sus ojos, que fue decreciendo conforme Flor creció, y
que fue su primer campo de investigación de la mano de Manuel, su querido abuelo,
que exhalaba sabiduría de vida y naturaleza (no en vano toda su vida
transcurrido en esos parajes).
Gustaba
Manuel de mostrarle a Flor todo lo que el campo susurraba, sus animales,
grandes y pequeños: vacas, caballos,
liebres, pájaros, sus rocas, su tierra , sus prados, sus árboles y especial las
flores, si las flores que según Manuel tenían vocabulario propio, que
embellecían todo, que son alimento, que son cura; y con una paciencia exquisita
le explicaba a la pequeña con más o
menos fortuna sus nombres, sus propiedades, su origen y su
lenguaje.
Y ahí
mucho tiempo después, con el abuelo Manuel ya descansando en su campo el que le
vio nacer, estaba Flor con su lupa (esa que el propio Manuel la regalo cuando
empezó sus estudios) observando la Geranium Dianthus Caryophyllus Minima, su
nombre oficial o “Manolita” como ella la bautizo en homenaje a su abuelo.
Y
empezó a recordar cómo había llegado hasta su Manolita; su abuelo un día de
buena mañana empezó a sentirse extraño, no conseguía percibir ningún olor, no
sentía molestia ninguna, pero no detectar su café despertador le puso muy
nervioso, probo con nerviosísimo a oler los Lilium del salón, su colonia Eau Savage
de toda la vida y nada, no olía nada. Fueron a urgencias porque su tensión se
empezaba a disparar por la ansiedad, y allí tras horas y horas de espera y de pruebas,
llegó la aciaga noticia. Manuel tenia una tumefacción en el sistema límbico
concretamente en cerca del tálamo que por su tamaño le impedía el normal funcionamiento
de su olfato.
Manuel
siempre fue un hombre tranquilo y se tomo la noticia de igual manera, asumía
que tenía una edad, que algún momento en que haría aguas por algún sitio, pero
si le disgusto sobremanera (aunque no dio indicio alguno de ello) que fuera que
empezara por ahí, privándole de uno de sus sentidos favoritos. Los demás no se
tomaron la noticia con tanta tranquilidad, la propia Flor entró en crisis y se
prometió así misma encontrar la cura (con la indolencia propia de quien no
quiere despedirse de sus seres queridos).
El
abuelo Manuel, murió meses después sin que obviamente Flor pudiera hacer nada
para encontrar la cura, pero ahí quedo entre su cerebro de científica y su
emoción de nieta huérfana, la idea de que la cura se encontraba en las flores.
Tras
varios años de investigación, injerto sobre injerto, noches de laboratorio,
análisis, catas, reacciones y demás, un buen día se sucedió. Un pequeño brote
comenzaba a abrirse camino entre sus hojas verdes; dos días después se abrió en
todo su pequeño esplendor, y comenzaron las tareas de extracción de la esencia
y su interacción con otros elementos químicos. Una madrugada del enésimo día
sin descansar, las pruebas en roedores dieron su fruto, y el tumor del diminuto
y asustado ratón desapareció tras inocularle la esencia de la “manolita”, fue
entonces cuando Flor la bautizo como “la esencia de la vida”. Increíble
paradoja que una flor tan minúscula
fuera tan poderosa, tan curadora.
Un
veintiséis de junio, 30 años después de nacer, Flor, con gesto solemne, ante
multitud de medios congregados en la sala de prensa del Instituto Oncológico,
comenzó la exposición de su investigación y los resultados con una frase:
“Abuelo Manuel, la esencia de la vida, lleva tu sabiduría impresa” y tras dos
minutos de silencio, con los ojos humedecidos, continuo su exposición.
EL GERANIO BLANCO
(Autor: MARCOS CASTRO MORAN)
" Faro que descansa de día, por la noche conviértete en guía ".
El joven mago lanza el conjuro y el faro comienza a emitir destellos de luz cuando la claridad empieza a perder fuerza. Desde el año 1971 una familia de magos se había hecho cargo de proporcionarle luz, desde el momento en que en una descomunal tormenta, un enorme rayo lo averió dejando ciegos a los barcos que bordeaban el acantilado para poder llegar a puerto.
El faro pertenecía a un pueblo con muy pocos recursos, que no podía hacerse cargo de la reparación del mismo. Desde el día siguiente a la gran tormenta los magos se instalaron en él y cada noche pronunciaba esas mismas palabras para hacerlo funcionar.
El joven era el último de su estirpe y vivía solo en la atalaya, la única compañía que tenía era la de un precioso geranio blanco, al que su madre había cuidado con exquisito mimo. El mago lo regaba cada día, le cambiaba la tierra cuando era preciso, lo sacaba al sol y por las noches paseaba con él para que recibiera la brisa marina y la fuerza de la luna. Las rondas nocturnas debían ser cortas, ya que si se alejaba del faro, el hechizo se anulaba.
Se sentaba en el acantilado, ponía la flor en su regazo y le contaba historias sobre hermosas sirenas que habitaban el mar al que estaban asomados. Leyendas que habían ido pasando de generación en generación hasta la actualidad.
Una noche en la que el mago estaba al borde de la pared vertical fue sorprendido por una fuerte racha de viento, que hizo que cayera al suelo golpeándose la cabeza, desprendiéndose de sus manos la maceta con la planta.
El mago miró al faro y seguidamente a la inmensa masa de agua, no se veían luces, ni se oían ruidos de motores que pudieran indicar la cercanía de alguna embarcación que pudiera precisar de su luz.
Se dirigió corriendo al sendero que llevaba a pie de mar. Cuando por fin llegó a la parte más baja del acantilado comenzó la búsqueda de la flor, saltando de piedra en piedra con sumo cuidado de no caer a las revueltas aguas. Avanzaba mirando justo delante de sus pies. De repente paró en seco, no podía creer lo que estaba viendo. Una mano sujetaba la maceta con el geranio, que había perdido todos sus pétalos. Siguió descubriendo la figura que tenía ante si, bello rostro de mujer con los ojos color océano, cabello blanco como la sal, torso desnudo envuelto en gotas de agua y de la cintura para abajo una magnífica cola que recordaba a la de un delfín.
Acababa de encontrarse con una sirena.
Cuando el joven mago consiguió articular palabra le preguntó porqué estaba allí con su planta en la mano. Ella le contestó que como todas las noches había acudido al acantilado atraída por una voz, que aunque no conseguía entender lo que decía por la diferencia de altura, la empujaba hacia ese lugar. Fue entonces cuando a su lado había caído un objeto.
El mago Le confesó que esa voz que oía era la suya, relatando leyendas sobre sirenas a su querida planta. De pronto recordó el estado en el que se encontraba el geranio, y volviéndolo a mirar, se le llenaron los ojos de lágrimas. En ese momento la sirena abrió la otra mano, la cual había mantenido cerrada hasta ese instante. Sobre su palma se encontraban los pétalos de la flor. Le dijo al joven que le daría uno cada noche para que pudiera ponérselos de nuevo al geranio, a cambio de que él le contara tantas historias como pétalos tenía la flor. Esta debería de quedar a buen recaudo hasta que finalizara el acuerdo.
El mago puso su dedo índice al lado del geranio y partiendo de una gota de agua del brazo de la sirena trazó una circunferencia alrededor de la planta y los pétalos, de inmediato estos quedaron protegidos dentro de una burbuja. Por cada historia que el mago le contara, un pétalo se uniría a la flor.
El mago abre los ojos. Está tumbado en el suelo al borde del acantilado. Se siente aturdido. A su lado, el geranio luce hermoso al amanecer.
Hay quién dice que el encuentro entre el mago y la sirena fue real, otros lo relatan como una leyenda más del lugar. A mí me gusta pensar que esa noche fue el geranio quien le contó una historia al mago.
LA VIDENTE
(Autor: JESÚS LOPEZ)
La anciana siempre supo que no era fácil ser vidente. Nunca lo ha sido. Es cierto
que, hoy en día, al menos en el mundo occidental, no queman a nadie por predecir el
futuro. Pero también es cierto que hay multitud de páginas y aplicaciones que se atreven
a adivinar qué le va a pasar a la gente a un precio módico. Y si con eso no tienen
suficiente, siempre pueden ver la tele hasta las tantas para encontrar uno de esos
teléfonos que anuncian algunos artistas del engaño escondidos detrás de algún call
center mientras se hacen pasar por brujas o brujos. La gente les llama para contar sus
vidas pensando que van a encontrar una solución a sus problemas, igual que su nieto
cuando copiaba las respuestas en los exámenes de matemáticas en vez de resolverlos él
mismo. Y claro, por el camino les despluman.
Los videntes de verdad, los que ven más allá de lo razonable por alguna causa
inexplicable, como ella, no se anuncian. Y lo que es más, normalmente no quieren ver
todo lo que ven, porque si es verdad que cualquier tiempo pasado fue mejor ¿Qué va a
tener de bueno ver algo peor como el futuro? ¿Cómo va a beneficiar ella a una persona
si le dice: «mire, lo siento, pero se va a morir?
Te vas a morir. Suena horrible decirlo. Aunque ella sabía perfectamente que
todos debemos morir, también sabe que, de algún modo esperamos otra cosa, incluso
ella, y por eso todo el mundo prefería que le dijeran otra cosa: que todo les va a salir bien. Por eso la gente se deja engañar. Y es que a veces la gente tiene más seguridad en
lo que les cuenta un desconocido que en sus verdaderas posibilidades.
Sabía que la gente se emperraba. Sí. Se emperraba igual que Cloe cuando la
visitó.
Era un joven cantante que quería saber su futuro en el mundo de la canción y
cuando escuchó hablar de aquella vieja gitana que tenía fama de ver a través de una
pequeña bola de cristal, no se resistió.
─ ¿Cómo me irá en el concierto? ─le pregunto Cloe, deseosa de saber si al fin
explotaría como la gran artista que todos decían que era.
─Yo veo flores ─respondió la anciana.
─Eso es bueno, ¿verdad? A todos los artistas les dan flores al final de una
actuación cuando triunfan.
─Lo sé, pero no funciona así. Yo sólo sé lo que veo y lo que veo son unas flores
muy hermosas.
─ ¿No me puede decir algo más concreto? Debe haber algo que le indique cómo me van a salir las cosas.
-Bueno… Niña, te puedo decir que debes comer sano, que debes ensayar mucho
y que debes ser una persona honesta, especialmente contigo misma. Te irá bien en el
concierto si haces lo que te digo.
No era lo que Cloe esperaba.
─ ¿Por esto me va a cobrar? –dijo enfadada la joven cantante.
-
No, mujer ¡Qué va! Sólo cobro la buena voluntad…
Cloe salió de la chabola echando pestes por el tiempo perdido y nunca volvió.
La anciana quedó sólo con sus pensamientos, y siguió con su vida.
Un día la vidente salió de su chabola y al poco de caminar un hombre reparó en
ella y se acercó. Cuando llegó a su altura le dijo:
─ ¡Usted! Me dijo mi esposa que la había visitado hace algún tiempo, pero usted
no le dijo nada. Se llamaba Cloe.
─ ¿Una chica que cantaba y con aspecto de comer mal? El hombre no respondió.
»Claro que le dije. Le dije que comiera sano, entre otras cosas. Pero ella nunca
hacía caso ¿Verdad? No había forma de ayudarla sin que se ayudara ella. Le acompaño
en el sentimiento.
─ ¿Cómo sabe que se murió? Lo vio en las esquelas ¿verdad?
─Lo sé, porque vi las flores en la bola de cristal. Las flores que usted lleva en la
mano para decorar su tumba.
El hombre rompió a llorar como un niño. De joven le habría consolado, pero
había visto tantas lágrimas que sólo pudo suspirar acongojada y seguir su camino,
lentamente, mientras deseaba que su maldición terminara. Y mientras caminaba se
decía: « ¡Qué duro es!».
Ensueño de Luna
(Autor: LUIS FERNANDO GONZALEZ)
-Mira, mira hacia arriba, la esplendida noche se está formando. Verás como
ahora empiezan a aparecer pequeños puntos de luz brillantes.
El niño miró con curiosidad, inclinó la cabeza un poco hacia un lado y a través
de sus pequeñas gafas, descubrió las primeras estrellas del verano.
No era noche cerrada aún, en el horizonte todavía se podían distinguir las
figuras de los cerros y los árboles altos del río. Pero el suave manto de la
noche ya cubría más de la mitad del cielo. La luz azul pálido que terminaba en
el infinito, pronto moriría con el estertor casi invisible de un diminuto y finísimo
rayo verde.
Caminaba junto a su padre pisando el mullido césped y jugando a no pisar las
flores que aparecían en su camino. Las historias de estrellas, planetas,
galaxias y otros objetos que aparecen en el cielo nocturno le parecían
fascinantes y, como siempre, le transportaban a lugares remotos y
desconocidos fuera de este mundo.
- Mira, mira esa estrella que se queda quieta y no parpadea, la que brilla más
que todas las otras juntas y que tiene un color rojizo como los pétalos de las
amapolas. Ese es Marte, y aunque parezca una estrella gorda y gigante, no es
más que un planeta más pequeño que la tierra donde habitamos. La luz del sol
se refleja en él y le hace brillar tanto como a la luna, pero a mucha más
distancia.
- La luna, es verdad, la luna aún no ha salido, ¿dónde está la luna? Todas las
noches sale y hoy tocaba luna llena.
Su padre le respondió con una leve sonrisa marcada en sus labios.Comprendía la preocupación de su hijo y la inocencia de su pregunta ante
hechos para nosotros normales.
- No te preocupes que la luna en algún momento saldrá. No todas las noches
sale a la misma hora, hay noches que madruga para iluminar a los viajeros que se adentran por los caminos evitando los calores del día, y hay noches que se
retrasa para que los animales se protejan y deambulen sin grandes temores al
recoger semillas o encontrar a su pareja.
- Si, pero ¡yo quiero ver la luna!
- Hoy tardará en salir, las estrellas darán la luz suficiente y cuando aparezca la
luna tú ya estarás durmiendo en tu cama caliente. Dejaremos un poco subida la
persiana para que, entre las rendijas, te vea como duermes. Sabrá que la
quieres, que sueñas con ella y procurará que al día siguiente aparezca antes
para mostrarle lo que sientes.
Al despertarse no tuvo que esperar a la noche para que la luna se hiciera
presente. Sobre su mesilla, entre el vaso de agua y las gafas que llevaba, una
inmensa bola de cristal, iluminada en un lado por un rayo de sol, reposaba
semiabierta con una preciosa flor en su interior. Eran las flores que había
esquivado en su paseo, las flores que cuando se acostó perfumaron su
pensamiento y las flores que durmiendo aparecieron en su sueño. Flores
blancas que, rodeadas de soles y planetas, encerraban un mundo en su interior.
GERANIO BLANCO
(Autor: MARTA REDONDO)
Reflejos de inocencia.
Eso veo en tus ojos.
Los veo flotando atrapados entre las micro partículas que raptan la luz que les sale al paso.
Todos los días, cuando te veía, miraba la línea recta que baja desde esa frente despejada cruzando la nariz respingona para dejarse limitar por esos labios carnosos y apetecibles como manzana recién cogida en el equinoccio de un octubre cualquiera. No dejaré que nadie los pruebe. Tengo que cuidarte. Ni siquiera yo he de probarlos.
Yo sólo quiero esos reflejos. Ellos sí que me perturban. Tienes los ojos de una ninfa vanidosa. Sabes hacer parpadear tus pestañas y mostrar esas pupilas virginales.
Pero no voy a dejar que me seduzcas. Yo solo quiero la pureza de tu cuerpo joven.
Por eso cruzabas cada mañana por delante de la puerta de mi kiosko. En el fondo deseabas que te rescatara del bosque de zarzas donde estabas metida.
Siempre camuflada en ese enorme jersey dos tallas más grande de la que te corresponden y enfundada en unos vaqueros imposibles que realzaban tus incipientes formas de mujer. No deberías vestir de ese modo. Ni calzar esas zapatillas deportivas de plataforma aspirantes a regresar a su blanco original. El mismo blanco que yo quiero para ti, Un estado de pureza. Eso es. Mi dulce doncella.
Al verlos ahora apilados al fondo de esta habitación el jersey, los vaqueros y esas horribles deportivas pienso lo que haré con ellos. Tendré que quemarlos. Tu ahora eres mi virgen y tendré que vestirte como tal.
Cómo te gustaba exhibir vanidosa ese largo pelo castaño color madera de roble blanco siempre en movimiento.
Al pasar por delante de mi puerta te he visto cimbrearte con el desparpajo de un geranio blanco que pavonea su hermosura en un gran balcón que mira a una plaza mayor esperando los vítores lascivos de los que solo quieren devorarte.
Pero tú no debes estar en una maceta en exposición para que todos puedan mirarte con ojos obscenos.
Por eso es mejor que te quedes conmigo, geranio blanco. No se por qué lloras. Yo voy a regar tus brotes verdes para que crezcas recta y sana. Vas a conservar el estado original de una flor recién salida en el paraíso.
Ya nadie podrá robarte los reflejos luminosos. Ahora estás aquí en mis manos. Ocupando el dulce espacio que mido entre las yemas de mis dedos.
A salvo, conmigo, geranio blanco.
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