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domingo, 6 de septiembre de 2015

"LA FABULA DE LA GORRA" (Autora: ROSA MARINA GONZALEZ-QUEVEDO)

ROSA MARINA GONZALEZ-QUEVEDO, ensayista y narradora Cubana, licenciada en filosofía por la Universidad de La Habana y en Lengua y Literatura Románica y Latinoamericana por la Universidad de Nápoles, nos ha enviado este relato para todos los seguidores de CUENTO CUENTOS CONTIGO. Recomendamos a la vez su blog personal donde podréis disfrutar de otros textos maravillosos de esta autora. www.reginaenvenus.blogspot.es


No se quitaba la gorra, ni siquiera para entrar a la cama. Y es que su gran secreto era que, bajo la gorra, almacenaba ideas. Ideas buenas, malas, regulares, peores, mejores... Pero, al fin y al cabo, ideas. En mayúscula y en minúscula, entre corchetes y signos de admiración. Ideas elevadas al cuadrado y al cubo; ideas frías y calientes, blancas y negras. Esas que, justo por ser ideas, raramente pasan por los telediarios o por las fiestas de cumplidos o por las revistas de moda. Ideas menguadas y enriquecidas, viejas y nuevas, raras y comunes. Y es que una vez, por haberse quitado la gorra, le vieron pensar. Y desde entonces trataron de castrarlo. Fue cuando decidió “engorrarse” por siempre, hasta para ir a la cama. Y sobre todo para ir a la cama, por si acaso los sueños fuesen confundidos con ideas.
Tenía una entera colección de gorras, adecuadas a cualquier estación del año y a todo tipo de acontecimiento público o privado. Gorras de todos los colores, elegantes y deportivas, sobrias y ridículas. Y se las ponía en cualquier posición, igual con la visera al derecho que al revés o de  lado. Gorras acumuladas entre el armario y la bañera, entre la habitación y el portal. Tongas y tongas de gorras por doquier; barricadas construidas para protegerse contra la imbecilidad, el miedo o la envidia.
En cierta ocasión llegaron a su encuentro los de la televisión, posiblemente hasta con buenas intenciones. Querían entrevistarlo. Pero él les echó a cajas destempladas, más bien, por aquello de evitar que las ideas se le escapasen a través de la boca: Perdonad el engorro, pero... ¡podéis iros a la puta mierda!, y les cerró la puerta en las narices. Y entonces la noticia recorrió el país y traspasó las fronteras. Entre otras curiosidades a ser mencionadas, se cuenta que una gigantesca gorra inflable fue usada, por breve período, como logotipo de una reunión de la Asamblea General de las Naciones Unidas (eso hasta que comenzara a ser objeto de la caricatura publicitaria). O que una importante firma de productos farmacéuticos inventara una gorra contra la fiebre y la cefalea. O también que se diseñara una gorra atómica con fines bélicos, entre otras cosas... En fin, que a partir de aquel momento, surgieron miles de millones de ideas en torno a un accesorio llamado “gorra”.
Claro que, como podemos suponer, la eternidad no es condición del género humano. Y él, por obra de su propio conocimiento, una mañana se quitó la gorra, así, como quien no quiere las cosas aún queriéndolas. Salió de la cama, abrió la puerta, se asomó a la calle. Y fue entonces que pudo constatar la amenaza de muerte pululando a su alrededor: ideas que saltaban, corrían, navegaban sin rumbo fijo en la inmensa red de la matriz viviente; efluvios peligrosos que atentaban contra el orden natural de la vida cotidiana le llenaron de terror. Y fue así que, llenándose de un coraje nunca visto antes, se cubrió el rostro para no percibir las ideas que él, genial creador del mundo, había, por puro ego, un buen día echado a volar.


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