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domingo, 17 de enero de 2016

"GREEN STAR" Autor:ALFRED KOVA


Cuenta la ya hoy madura camarera que cuando, el siglo pasado, Artur Evelyn George John abandonó la ciudad en el último tren del día, pasó toda la tarde en la terraza del viejo café que les había sido habitual durante varios años. Que lo hizo bebiendo güisqui y fumando con fruición. Muy lenta y continuadamente. Con verdadera voluptuosidad a la par que, de varias libretas que había extraído de su bolso bandolera, había ido arrancando y quemando hojas de las que tan sólo había ojeado alguna que otra página.
Cuenta que, al levantarse y acercarse a pagar, le pidió por favor que tirase las tapas de los cuadernos a la basura, que le cobrase las varias consumiciones hechas y que le aceptase como regalo, sin pretensión alguna, su cartera bandolera de piel, ya vacía.
Cuenta que fue la única vez que no dijo ninguna palabra amable o le bromeó a la despedida, que fue la primera vez que no le dejó propina bajo el vaso o el cenicero, y que también –lo recuerda muy bien, quizás por eso se acuerde tan bien todo– fue el único día en que, en vez de con un hasta luego o un hasta mañana, se despidió con un ¡adiós!

Cuenta igualmente –mas previa una y mayor insistencia– que ella, la mujer que junto a él había sido tantos años habitual del café, no dejó nunca de frecuentarlo y que continuó pasando en él, en las mesas que –adentro o en la terraza– les habían sido preferidas, largos ratos, bien leyendo algún libro, nunca un periódico, bien escribiendo, bien con la mirada como perdida en los techos, lámparas, estantes o rincones del interior del café o en algún punto del paisaje que la terraza ofrecía. Que sí se le habían notado los ojos algo hinchados los primeros días y luego alguno que otro solamente; pero que nunca había perdido su femenina elegancia en la presencia y gestos, ni su exquisita amabilidad en el trato, ni su predilección por los tonos verdes.
Cuenta, como los lentos movimientos de su cuello remembraban un vals y sus ojos irradiaban –como aún hoy, tantos años después– más que miradas, serenidad.
Cuenta como, aun los años de frecuentación, ignora su nombre, pues, ni se ha atrevido a preguntárselo jamás, ni nunca se lo escuchó a él, que siempre, mirándola a los ojos, parecía susurrarle uno distinto cada día.

Cuenta, casi emocionada, cómo recuerda la bella sonrisa que un día ella dejó traslucir al dirigir sus ojos hacia el televisor tras oír el nombre Gardicamar –seudónimo con que él firmaba sus obras- dando pie a un reportaje sobre una exposición en el Instituto Cervantes de Shanghái que titulada “Variaciones sobre un gran amor imposible” acababa de inaugurarse con gran boato oficial y cuyas piezas iban todas evolucionado hacia la obra que se consideraba culmen de la muestra y que no era más que un retrato figurativo de ella “coronado por un triángulo que –él declaraba vocalizando y mirando a cámara como si a alguien muy especial mirara– simulando ser el cabello, pretendía ser, mediante sus vértices hacia arriba y hacia abajo, la unidad entre la tierra, el sexo masculino, y el agua, el sexo femenino; el sol y la luna, esa imposible unidad de esa universal y eterna historia de un gran amor imposible como ese del que el poeta Ángel González habla en Canción de invierno y de verano: Cómo dudar que nos quisimos,/ que me seguía tu pensamiento,/ y mi voz te buscaba –detrás,/ muy cerca, iba mi boca.// Nos quisimos, es cierto, y yo sé cuánto:/ primaveras, veranos, soles, lunas./ Pero jamás el mismo día”.
Cuenta que recuerda esas palabras exactas porque se le gravaron a luz por la sonrisa y la mirada de ella.

Cuenta que él regreso tiempo después. Que, aún hoy, muchos días se encuentran en el ya también viejo café.
Cuenta que ella, a veces, le regala un difícil peinado triangular que a él le dibuja una sonrisa y le enciende aún más los ojos.
Cuenta como, a ella misma, le encantaría que algún hombre la mirase como él la mira a ella y como más de un joven cliente le ha comentado que daría algo porque, algún día, alguna mujer le mirase como ella lo mira a él.
Cuenta que, si no fuera porque se les ve hablar continuamente, se diría que su entusiasmo es preludio sensual, voluptuoso, erótico, sexual; que culminarían o reharían allí su gran imposible amor.
 Cuenta que, si no fuera porque recuerda todo tan bien y ahora los sigue viendo y mirando de soslayo, todo podría parecer un cuento, una fantasía creada por la memoria y el tiempo.

Cuenta que… ¡Silencio! Entra él.


Cuento que aún ella tardó algo en llegar y, entonces, sobre el, por cómplice voluntad, instaurado silencio, a él se le escuchó declamarle un dulce y musical: ¡Ah, my Green Star!





Este relato fue elegido (entre todos los enviados a la sección "poniendo historias" de cuento cuentos contigo) por la escultora  CHARO ACERA, para representar su obra  
(08 de enero de 2.016)

D. Juan Maria Campal leyendo el relato de Alfred Kova,
( por expreso deseo de su autor) .



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