Levanté la vista del plato y al fondo del comedor divisé un jamón colocado en su jamonero y listo para ser
loncheado. Nadie más había para cuidar mi sitio y aún a riesgo de perderle y
tener que comer de pie, me dirigí hacia tan suculento manjar para poder
degustarlo y ofrecer a mi paladar por unos segundos, un placer de dioses.
Cuando llegué al lugar, el jamón ya no estaba. Salí a pasear para olvidar lo
sucedido. No había mucha gente, el calor era sofocante, aunque acariciaba de
vez en cuando la brisa marina y fue cuando te vi.
Si, eras tú! Tu apariencia,
tu sombra, tu pelo, tu caminar... Te llamé, pero no respondiste. Corrí hacia ti
gritando tu nombre. Era emocionante, porque no era de esperar encontrarte en
ese lugar y quería al menos saludarte.
Cuando por fin te di alcance, toqué tu
hombro repitiendo tu nombre y te giraste, pero aquel rostro carecía de tu
sonrisa y de tu mirar.
Las vistas del día, convertidas en meros espejismos.
Me
quedé a solas con la nostalgia.
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