ROSA MARINA GONZALEZ QUEVEDO, leyendo el relato en el 5º encuentro de
CUENTO CUENTOS CONTIGO
Poema en el que se inspiró Rosa Marina González Quevedo, para crear su historia
y el autor del mismo TOÑO MORALA
(A las
maestras que tuvimos.)
Al parecer,
la posesión de algún ser oscuro la atormentaba. Que la mujer solía darse baños
con colonia y cascarilla de huevo para ahuyentar el mal, eso decían las malas
lenguas. Pero el mal no se alejaba de su ingravidez humana. El mal lo llevaba
muy dentro de sí... En fin, ya sabes que en ocasiones la soledad es peor que el
hambre. Nos duele demasiado y nos hace daño. Mucho daño. Y no es que fuera
supersticiosa o que se dedicara a prácticas espiritistas o hablara con los
difuntos. Es que, simplemente, el mal lo llevaba dentro con la forma del vacío
inapelable. Bueno, como todos, sin diferencias. Sólo que a ella la impresión
oculta de algún misterio la perseguía sin darle tregua. Y su mirada era gris (o
tal vez violeta) como la tarde de un otoño anticipado. Pero nadie podía saberlo
a ciencia cierta. Decían también que le gustaba beber una copa de vino antes de
irse a la cama. A veces más de una copa, algunos aseguraban. Y que después se
acostaba y se ponía boca arriba, bien derecha hasta quedar profundamente
dormida. Para irse por ahí, andando por algún sendero onírico repleto de
posibilidades para ser feliz. ¡Habladurías!
Era el panegírico de la melancolía. Eso sí, bella
aún como un día de primavera. Una leyenda con libros bajo el brazo. Su figura
mitológica vibraba por los corredores. Su silueta ataba lazos entre un sueño y
otro. Su voz cantaba cancioncillas infantiles que nos enseñaba con ilusión. Y
bebía su copa al borde de la cama hasta que, por fin, una noche marchó. Lo
supimos aquella mañana en la que al llegar al aula ya no estaba. Ni estuvo al
día siguiente, ni al otro, ni al otro. Emigró igual que un cisne, quién sabe si
para hibernar en algún lago frío durante el verano. Y nos quedó su mirada gris
(o violeta) enganchada a la percha de nuestra curiosidad. Nos preguntábamos
unos a otros por qué una mujer así, ¡tan bella aún!, tenía que marchar a
escondidas sin decir adiós. Y es que éramos muy jóvenes y por aquel entonces
volábamos con la piel abierta sin sospechar que la vida es una bailarina que
danza en el ciclo de las estaciones. O una mujer solitaria que, harta del sol,
anticipó el otoño. Con sus gafas oscuras y el gris de su mirada oculto tras el
cristal. Como una tarde de esas, cuando el verano no se ha ido del todo y el
invierno está demasiado lejos. Eso sí, bella aún. Como una tarde de otoño en un
día de primavera.
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