Capítulo
primero, o la Primavera.-
Estamos en el año cero de nuestra generación.
nace Abel. Y nacen también Aida, Begoña, Bernardo, Cosme, Cecilia y Diana y Daniel, entre otros muchos. Es la explosión de la vida en una pequeña aldea, Laldeílla, y ha tenido lugar por una serie de extrañas coincidencias.
Ésto no es extraño sólo en una circunstancia: hace nueve meses hubo fiesta. Una fiesta en la que el descontrol y el alcohol hicieron que todo valiese y que todo fuese permitido. El Párroco se había ido a Roma (durante una semana) y los dos Policías de Laldeílla se habían tomado el fin de semana para descansar a conciencia... pero tardaron la semana entera en volver a poner orden.
Pues bien, todos los recién nacidos quedaron bajo el cuidado de los abuelos en Laldeílla, puesto que los padres trabajaban en la Gran Ciudad y no podían atenderlos debidamente. Además, había que restablecer la cordura y las buenas costumbres; la razón como es debido debía orientarse hacia el futuro que no tendría que ser tan caótico.
Bueno, pues así se abrió un colegio y se contrató a un maestro.
Sólo escribió una palabra en la pizarra: PRIMAVERA, así, con mayúsculas.
Había más letras, palabras y frases, pero predominaban los números. Las operaciones matemáticas debían comprenderse con la corrección que ordenan los números 1, 2, 3 y 4... Saber cómo se pone una fecha y manejar el calendario era lo fundamental.
Rápidamente llegó el día: Abel se va a la Universidad. Y Aida también. Eran los alumnos más aventajados.
Bernardo y Cosme tienen que irse a la Gran Ciudad para trabajar. Sus abuelos murieron y sus padres nunca volvieron a Laldeílla.
Begoña y Daniel deciden contraer matrimonio y formar una familia.
Pero Cecilia y Diana deciden ver mundo... con la ceguera típica y propia de la juventud.
Capítulo Segundo, o el Verano.-
Es el año 25 de nuestra generación y todo es responsabilidad en el rápido suceder de los acontecimientos.
Abel y Aida, doctores cada uno en lo suyo, trabajan duramente y obtienen un gran reconocimiento a nivel mundial por sus hallazgos y logros en beneficio de la humanidad.
Bernardo y Cecilia han coincidido en varias ocasiones en la Gran Ciudad; entre los dos han formado una gran familia con ocho retoños que ya van a la escuela de Laldeílla.
Cosme y Diana tomaron la sabia decisión de volver al pueblo, atienden el ganado y cultivan sus fincas familiares, y cuidando de sus cuatro hijos, unos casi adolescentes y otros ya mozalbetes.
Y Begoña y Daniel son los encargados de la central de servicios del pueblo. Ya están preparando la fiesta grande, una semana de festejos durante la cuál todo es música y fuegos artificiales. El pueblo se viste con sus mejores galas. Se envían invitaciones hasta los lugares más olvidados del planeta.
Don Enrique y Don Esteban preparan su viaje a Roma y los seis guardias municipales acuden a un Congreso en la City.
Comienzan las competiciones y los concursos desde que amanece hasta la puesta del sol. Todo el mundo es bien recibido, todos bailan y se divierten como manda la tradición.
Claro que también hay accidentes y otros incidentes no deseados, pero la fiesta continúa sin parar por nada. La noche es para el consuelo, o para el amor sin medida, o para el descanso emocional...
Y las edades tampoco se detienen. Nuestra generación ya ha vivido lo suyo en lo que a locuras de juventud se refiere. Ahora es la encargada de la limpieza y del decoro... cumpliendo con su horario estricto en el rítmo vertiginoso de su actividad.
Capítulo Tercero, o el Otoño.-
Año 50 de nuestra generación. Ya hay que andarse con cuidado.
Cosme ha sufrido un infarto.
Begoña anda delicada de salud.
Abel se ha quedado viudo. El balance de su vida se ha quedado cojo.
La hija de Aida ya es mamá, lo que la convierte en una abuelita jóven, y felíz por sus dos soles que son igualines entre sí.
Bernardo y Cecilia han vuelto, esta vez, para quedarse en Laldeílla. Se han jubilado de la gran empresa y pasean por el pueblo ayudándose el uno al otro con su ceguera progresiva. Trabajar con miniaturas les ha afectado la vista pero aún pueden disfrutar de los amaneceres y de los atardeceres con gran entusiasmo y nitidez.
Diana se encarga ya de todo. Han progresado mucho con la ayuda de sus hijos, que seguramente continuarán con el negocio familiar. En realidad, no hace nada. Se pasa el día atendiendo la casa, a su Cosme y a sus nietos, y al servicio doméstico que pretende poner orden hasta en la nevera.
Daniel se ha enfrascado en una nueva afición: lo guarda todo, colecciona de todo, muebles, animales, sellos, plumas... Eso sí, a escondidas de Begoña y apartándose de ella porque sabe que con su carácter gruñón puede perjudicarla en su salud y en su buen humor. Mejor tenerla contenta.
Es el cuarto anterior al último, el más relajado después del menos loco. Es el cuarto de las despedidas.
Cosme nos dejó anoche. Bernardo se fue el mes pasado. Begoña hace hoy un año que se ha ido pero Daniel no se ha enterado. La busca todos los días entre los montones de cachivaches que guarda y la encuentra de vez en cuando en las fotos de su viejo y amarillo álbum.
Capítulo Cuarto, o el Invierno.-
Hemos llegado al año 75 de nuestra generación. Otra vez las fiestas de Laldeílla se retrasan. Hace unos meses falleció nuestro querido Alcalde y tuvieron que organizar unas elecciones improvisadas. Nuestra Policía Local está convocada para un curso intensivo de una semana organizado por la Policía Estatal. Y nuestros "padres espirituales" han cambiado su viaje a Roma por una visita guiada hasta Tierra Santa que es el único lugar al que pueden ir todos juntos.
Aún así, ha sido posible organizar las fiestas para la última semana del Invierno.
No será como otros años pero éste tendrá algo muy especial: la esperanza por la vida, que se abre paso y se engrandece durante todas las estaciones, y aunque se haya tenido que ampliar el Centro de Atención a la Tercera Edad.
Y es que ya hay ocho Colegios y un gran Hospital. La actividad económica se ha disparado como nunca en Laldeílla.
Acaba de sonar con un gran estruendo el primer cohete que anuncia el comienzo de los festejos.
Abel no lo ha oído. Está en el patio, sentado en una silla de ruedas, sonriendo y echando pan por el suelo para que lo picoteen las palomas.
Aida se ha tenido que ausentar durante un largo rato, lo que tarde en ir y volver del cuarto de baño. Lleva un bastón de madera que le ha regalado Roberto, el nieto de Begoña.
Cecilia ha decidido vivir sola. Su vista cansada no se cansa de recibir las visitas de todo el vecindario, que la dejan sin caramelos de fresa, ni ronchitos, que vuelve a reponer el hijo del nieto de Diana, siempre pendiente de que la despensa esté llena.
Diana duerme... ya no se despertará.
Daniel tiene entre sus manos una fotografía de Begoña. Se abre la puerta y entra Silvia con la merienda. Silvia es ya biznieta de Aida, pero se parece tanto a Begoña...
Es inevitable. La vida continúa engalanando hasta el último rincón del pueblo, aunque éste año haga frío.
La merienda se ha caído por el suelo. Y la foto también.
Estamos en el año cero de nuestra generación.
nace Abel. Y nacen también Aida, Begoña, Bernardo, Cosme, Cecilia y Diana y Daniel, entre otros muchos. Es la explosión de la vida en una pequeña aldea, Laldeílla, y ha tenido lugar por una serie de extrañas coincidencias.
Ésto no es extraño sólo en una circunstancia: hace nueve meses hubo fiesta. Una fiesta en la que el descontrol y el alcohol hicieron que todo valiese y que todo fuese permitido. El Párroco se había ido a Roma (durante una semana) y los dos Policías de Laldeílla se habían tomado el fin de semana para descansar a conciencia... pero tardaron la semana entera en volver a poner orden.
Pues bien, todos los recién nacidos quedaron bajo el cuidado de los abuelos en Laldeílla, puesto que los padres trabajaban en la Gran Ciudad y no podían atenderlos debidamente. Además, había que restablecer la cordura y las buenas costumbres; la razón como es debido debía orientarse hacia el futuro que no tendría que ser tan caótico.
Bueno, pues así se abrió un colegio y se contrató a un maestro.
Sólo escribió una palabra en la pizarra: PRIMAVERA, así, con mayúsculas.
Había más letras, palabras y frases, pero predominaban los números. Las operaciones matemáticas debían comprenderse con la corrección que ordenan los números 1, 2, 3 y 4... Saber cómo se pone una fecha y manejar el calendario era lo fundamental.
Rápidamente llegó el día: Abel se va a la Universidad. Y Aida también. Eran los alumnos más aventajados.
Bernardo y Cosme tienen que irse a la Gran Ciudad para trabajar. Sus abuelos murieron y sus padres nunca volvieron a Laldeílla.
Begoña y Daniel deciden contraer matrimonio y formar una familia.
Pero Cecilia y Diana deciden ver mundo... con la ceguera típica y propia de la juventud.
Capítulo Segundo, o el Verano.-
Es el año 25 de nuestra generación y todo es responsabilidad en el rápido suceder de los acontecimientos.
Abel y Aida, doctores cada uno en lo suyo, trabajan duramente y obtienen un gran reconocimiento a nivel mundial por sus hallazgos y logros en beneficio de la humanidad.
Bernardo y Cecilia han coincidido en varias ocasiones en la Gran Ciudad; entre los dos han formado una gran familia con ocho retoños que ya van a la escuela de Laldeílla.
Cosme y Diana tomaron la sabia decisión de volver al pueblo, atienden el ganado y cultivan sus fincas familiares, y cuidando de sus cuatro hijos, unos casi adolescentes y otros ya mozalbetes.
Y Begoña y Daniel son los encargados de la central de servicios del pueblo. Ya están preparando la fiesta grande, una semana de festejos durante la cuál todo es música y fuegos artificiales. El pueblo se viste con sus mejores galas. Se envían invitaciones hasta los lugares más olvidados del planeta.
Don Enrique y Don Esteban preparan su viaje a Roma y los seis guardias municipales acuden a un Congreso en la City.
Comienzan las competiciones y los concursos desde que amanece hasta la puesta del sol. Todo el mundo es bien recibido, todos bailan y se divierten como manda la tradición.
Claro que también hay accidentes y otros incidentes no deseados, pero la fiesta continúa sin parar por nada. La noche es para el consuelo, o para el amor sin medida, o para el descanso emocional...
Y las edades tampoco se detienen. Nuestra generación ya ha vivido lo suyo en lo que a locuras de juventud se refiere. Ahora es la encargada de la limpieza y del decoro... cumpliendo con su horario estricto en el rítmo vertiginoso de su actividad.
Capítulo Tercero, o el Otoño.-
Año 50 de nuestra generación. Ya hay que andarse con cuidado.
Cosme ha sufrido un infarto.
Begoña anda delicada de salud.
Abel se ha quedado viudo. El balance de su vida se ha quedado cojo.
La hija de Aida ya es mamá, lo que la convierte en una abuelita jóven, y felíz por sus dos soles que son igualines entre sí.
Bernardo y Cecilia han vuelto, esta vez, para quedarse en Laldeílla. Se han jubilado de la gran empresa y pasean por el pueblo ayudándose el uno al otro con su ceguera progresiva. Trabajar con miniaturas les ha afectado la vista pero aún pueden disfrutar de los amaneceres y de los atardeceres con gran entusiasmo y nitidez.
Diana se encarga ya de todo. Han progresado mucho con la ayuda de sus hijos, que seguramente continuarán con el negocio familiar. En realidad, no hace nada. Se pasa el día atendiendo la casa, a su Cosme y a sus nietos, y al servicio doméstico que pretende poner orden hasta en la nevera.
Daniel se ha enfrascado en una nueva afición: lo guarda todo, colecciona de todo, muebles, animales, sellos, plumas... Eso sí, a escondidas de Begoña y apartándose de ella porque sabe que con su carácter gruñón puede perjudicarla en su salud y en su buen humor. Mejor tenerla contenta.
Es el cuarto anterior al último, el más relajado después del menos loco. Es el cuarto de las despedidas.
Cosme nos dejó anoche. Bernardo se fue el mes pasado. Begoña hace hoy un año que se ha ido pero Daniel no se ha enterado. La busca todos los días entre los montones de cachivaches que guarda y la encuentra de vez en cuando en las fotos de su viejo y amarillo álbum.
Capítulo Cuarto, o el Invierno.-
Hemos llegado al año 75 de nuestra generación. Otra vez las fiestas de Laldeílla se retrasan. Hace unos meses falleció nuestro querido Alcalde y tuvieron que organizar unas elecciones improvisadas. Nuestra Policía Local está convocada para un curso intensivo de una semana organizado por la Policía Estatal. Y nuestros "padres espirituales" han cambiado su viaje a Roma por una visita guiada hasta Tierra Santa que es el único lugar al que pueden ir todos juntos.
Aún así, ha sido posible organizar las fiestas para la última semana del Invierno.
No será como otros años pero éste tendrá algo muy especial: la esperanza por la vida, que se abre paso y se engrandece durante todas las estaciones, y aunque se haya tenido que ampliar el Centro de Atención a la Tercera Edad.
Y es que ya hay ocho Colegios y un gran Hospital. La actividad económica se ha disparado como nunca en Laldeílla.
Acaba de sonar con un gran estruendo el primer cohete que anuncia el comienzo de los festejos.
Abel no lo ha oído. Está en el patio, sentado en una silla de ruedas, sonriendo y echando pan por el suelo para que lo picoteen las palomas.
Aida se ha tenido que ausentar durante un largo rato, lo que tarde en ir y volver del cuarto de baño. Lleva un bastón de madera que le ha regalado Roberto, el nieto de Begoña.
Cecilia ha decidido vivir sola. Su vista cansada no se cansa de recibir las visitas de todo el vecindario, que la dejan sin caramelos de fresa, ni ronchitos, que vuelve a reponer el hijo del nieto de Diana, siempre pendiente de que la despensa esté llena.
Diana duerme... ya no se despertará.
Daniel tiene entre sus manos una fotografía de Begoña. Se abre la puerta y entra Silvia con la merienda. Silvia es ya biznieta de Aida, pero se parece tanto a Begoña...
Es inevitable. La vida continúa engalanando hasta el último rincón del pueblo, aunque éste año haga frío.
La merienda se ha caído por el suelo. Y la foto también.
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