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lunes, 30 de noviembre de 2015

"CUANDO OTOÑA EL AMOR" (Autora:MERCEDES GONZALEZ ROJO)

Andrea permanece sentada frente a la ventana de aquella habitación, en una casa que no es la suya, sentada sobre una cama que no es la suya, frente a un paisaje que sin ser el suyo sí  siente como muy próximo, mientras trata de reconocerse a sí misma y averiguar qué circunstancias la han obligado hoy a salir huyendo, recorriendo kilómetros y  kilómetros que la alejaban de su casa sin un destino definido. Simplemente alejándola del dolor de sentir como toda una vida se le escapa entre las manos.
Tiene las rodillas fuertemente rodeadas por sus brazos y la piel de su rostro tirante de tantas lágrimas derramadas. Lágrimas de soledad. Lágrimas de sentimientos perdidos. Lágrimas que, tras horas y horas haciendo surco sobre su piel, han secado ya sus ojos que arden, ahora, enfebrecidos. Secas  sus pupilas, aunque su corazón siga llorando.
A través del gran ventanal de ese cuarto  desconocido, mira como se cubre el paisaje del color del otoño. Y se pregunta en qué momento ha comenzado su amor a otoñar también, tiñéndose de los colores de la pasión desvanecida y de la indiferencia.  Mientras observa la lenta caída de las hojas, intenta recordar el tiempo que llevan durmiendo juntos, compartiendo la misma cama, pero ya sin tocarse tan siquiera. Puede que sean semanas, tal vez meses ya. Caricias caídas en el vacío de un amor que avanza hacia su ocaso, como hojas secas. Besos abortados antes de aflorar a sus labios, como flores tardías sorprendidas por las primeras heladas del otoño. Caricias que se pierden en la indiferencia de un gesto apartando su mano, buscando una leve postura que aumente el espacio que los separa.
Le duelen los recuerdos, y se tiñen sus mejillas con un ardiente rubor  que le sube de lo más profundo de su cuerpo, como sube a la rama de esos árboles que lucen su otoño tras la ventana.  Se  hace consciente  de que tras ese sonrojo llegará la definitiva caída de sus hojas y quedarán desnudos hasta la próxima primavera. Solo hasta la próxima primavera. Y también se hace consciente de que no habrá de seguir el mismo camino, y de que es muy posible que  dicha estación no llegue de nuevo para ella. Siente como día a día un entramado de oscuras circunstancias les ha ido arrancando hoja a hoja, beso a beso, caricia a caricia, todo el amor que llevaban dentro. Aunque ella siga sintiendo  el ansia de recibir una vez más sus caricias en su cuerpo, el aliento de él sobre su pelo, y sus labios en sus labios, fundiéndose en ardientes besos. Siente como se inflaman,  desde lo más hondo, de sus entrañas y un tremendo escozor vuelve a adueñarse de la mirada que ve más allá de aquel paisaje.
Y no puede más. No quiere llorar de nuevo. No quiere seguir sintiendo  su ausencia, tal vez su indiferencia. Quiere emborracharse de olvido hasta dejar de sentir, de sentirle, de sentirse. Así que se escapa de aquella casa que no es la suya y corre. Corre incansable para alcanzar el más lejano de aquellos árboles que tiñen de rubor  la calma de la tarde. Corre subiendo y bajando aquellas suaves lomas también teñidas del rubor de las hojas que se secan. Corre hasta caer extenuada, abrazada  al tronco áspero del último árbol que rompe el horizonte.

El sol se derrama en reflejos cobrizos al caer la tarde. Lágrimas que tiñen de sangre las hojas que caen sobre ella cubriéndola de caricias. Y vuelve a llorar. Sola. Sola en la inmensa soledad de una tarde de otoño, deseando, abrazada a un árbol, que su amor renazca fuerte como sabe que lo hará ese tronco que ahora se desnuda entre sus brazos. 

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