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jueves, 12 de noviembre de 2015

"LA MISION" (Autor: CARLOS CAMPELO)



Hoy ha amanecido pronto, entre el calor sofocante y el descubrimiento de un nuevo objetivo en su vida no había podido conciliar el sueño como era debido y, él, necesitaba dormir bien, un mínimo de cinco horas, de ello dependía que pudiese tener sus sentidos alerta e ir identificando las posibles misiones a las que tenía que enfrentarse; cierto que cada vez eran menos, a medida que aumentaba su edad disminuían sus posibilidades de concluir con éxito los trabajos y ya había alcanzado una edad que se podía definir como provecta aunque algunos consideraban que aún no era mayor. Este fin de semana conoció a una jovenzuela (quizá no tanto, desconoce su edad real) que reúne los tres requisitos necesarios y básicos para que se considerase un objetivo, belleza inteligencia y falta de escrúpulos. Desde que, de niño, se descubrió asesinando sus sueños con el cuchillo en la mano, comprendió que tenía una misión sagrada que cumplir. No tardó en darse cuenta de cual era esa misión. Tenía que mejorar el mundo haciendo que las personas no sufrieran más de lo necesario. Se le reveló que debía de localizar a aquellos hombres y mujeres dotados de extrema belleza e inteligencia y faltos de conciencia y escrúpulos; debería encontrarlos para poner fin a sus vidas y evitar, en la medida de lo posible, que gentes inocentes padeciesen males del corazón que afectarían a sus vidas y a sus mentes. Desde entonces, de forma ininterrumpida, todos los años localizaba a uno o dos de estos seres y acababa con ellos hasta que superada la cuarentena tuvo que ir bajando el nivel de actividad. Ella despertó, de nuevo, su yo justiciero. Alcanzada la plenitud física y mental comenzó a cumplir, de forma rutinaria, con su sagrada misión. No le era difícil, él mismo poseía un atractivo animal que gustaba lo mismo a hombres que a mujeres. Localizar a las posibles presas tampoco era complicado; estos van anunciándose por la vida, se pasean como pavos reales con la cola bien abierta intentando arrastrar hacia ellos a todo aquel ser débil que ven que pueden manipular y exprimir hasta dejarlos secos. Evidentemente es esta una labor silente, delicada, que ha de planificarse cuidadosamente, que requiere de tiempo y paciencia – los enemigos no son mancos -: solamente su soberbia es su talón de Aquiles. En este caso particular tiene miedo; ella es muy bella y la rodea un halo extraño, al contrario que en otras ocasiones en que sus víctimas solo se observaban a sí mismas, en esta ocasión ella tiene los ojos abiertos, observa y, consecuentemente, esta alerta. Por el momento no se lo está poniendo nada fácil, han trabado conversación un par de ocasiones y no muestra ningún resquicio accesible, está acostumbrada en demasía a la adulación y al servilismo; está empezando a pensar que quizá él también tenga que adoptar una pose soberbia y de suficiencia para poder conseguir que se confié y poner fin a su vida. De momento irá afilando el bisturí. Lo previsto se va cumpliendo, aunque ha sido más difícil de lo pensado, su desconfianza hacia él es demasiado grande; le ha ofrecido su cara más amable, le ha regalado los oídos con palabras hermosas, le ha demostrado con hechos que no es peligroso – en un momento dado ella le dijo que tenía ojos asesinos - , le ha ofrecido aquella parte blanca del corazón, la pura, en la que se asemeja a un santurrón, sin dejar en ningún momento de mostrar autosuficiencia y firmeza en sus decisiones; pero algo no acaba de cuadrar y cada vez está más convencido de que ha de librar al mundo de semejante plaga. Sexta ocasión en que consigue abordarla, parece que los muros de resistencia van cayendo, hoy ya ha dejado vislumbrar su debilidad; aparentemente falta poco para poder dar por concluida la misión. Novena ocasión, es más desconfiada de lo que parecía, algo le dice que huya de ella, comienza a pensar que por primera vez en su vida no conseguirá cumplir con lo que los dioses le han encomendado. Décima, las murallas comienzan a dejar paso a los huecos, es posible que en otras dos o tres ocasiones consiga aislarla y llevarla al altar de los sacrificios. Tiene un lugar especialmente dedicado para ello. Una habitación en la casa de planta baja donde vive. Es amplia, unos 23 metros cuadrados. La pared suroeste de esta estancia está toda ella acristalada y se asoma sobre un pequeño jardín donde lucen, sobre un césped inmaculado, un ciprés y un laurel; frente al acristalamiento una mecedora en la que se sienta para leer y escuchar música; en la pared nor-este, cama heredada y dos mesillas, todo ello de nogal natural, sin barnices; cama con dosel y baldaquino de seda de color beis claro, sábanas de seda color burdeos y cobertor nórdico de carga baja con funda, también de color beis y dibujos geométricos; en la pared este una estantería corrida, de roble y sin barnices, llena de libros de temáticas heterogéneas y en la oeste un cuadro, de autor desconocido, que representaba una escena mitológica – el rapto de Proserpina -, un pequeño armario ropero de madera de roble, sin espejos, y una estantería de obra que albergaba discos de todo tipo de música y el equipo reproductor de sonido. Decoración que no hace sospechar pero que reúne los requisitos necesarios para el sacrificio. Décimo tercer encuentro, hoy espera convencerla, cree que el fin está cerca, ha sido la presa que más trabajo le ha costado y aun así, estando cerca el triunfo final, tiene miedo. Tras tomar un refrigerio y una charla intrascendente – para lo que atañe - , la convence para ir a su cubil, entran. Ambos nerviosos, ambos tensos. El sigue su rutina habitual, iniciando una charla intrascendente para rebajar la tensión, baja las persianas, enciende las velas, buscando un ambiente más íntimo, que lleve e incite al acercamiento; con el mando activa el reproductor que reinicia la reproducción dónde la había finalizado el día anterior; comienza a sonar la declaración de amor entre Almirena y Rinaldo del cuadro dos de la segunda parte del Rinaldo de Haendel. Inicia su aproximación con su mejor sonrisa. El acero recorre de izquierda a derecha su garganta, no puede expeler ningún sonido, la sangre, negra, se desliza lenta, cae al suelo, las convulsiones anuncian la muerte. Ella sonríe con satisfacción, ha conseguido cumplir con su misión; este hombre no volverá a someter a ninguna otra mujer u hombre que se enamoren de él, no causará más daños en las almas débiles.


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