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miércoles, 3 de febrero de 2016

"MARTINA" (Autora: MACAMEN DE VEGA)


Martina era pequeña, de facciones bellas y menudas. Ya desde que nació.  Cuando su padre la vio por primera vez susurró con cariño al oído de su madre: _"Este bebé es tan sólo una pizca de niña". Con el paso del tiempo fue creciendo, pero siempre dentro de los límites de su pequeñez. Quizás fue por eso por lo que, desde pequeña, Martina gustaba de las cosas a poquitos. Un par de traguitos de leche en cada toma siendo un bebé le bastaban para quedar saciada durante horas. Ya más mayor, entre un enorme ramo de flores y una pequeña florecilla, Martina prefería lo segundo. Entre un gran viaje por el mundo o un paseo por el bosque, ella se quedaba con el paseo. El aroma a limpio al abrir su armario lo preferiría siempre ante el perfume más exquisito y delicado del mundo.  Una suculenta comida de varios platos de cocina de última generación no tenían nada que ofrecerla al lado de una cucharadita de guiso casero... Y así con todo. Martina era pequeña y gustaba de las pequeñas cosas y de las cosas a pequeñas dosis.

Pronto se dio cuenta de que esta condición le dotaba de una ventaja frente a los demás: Martina pasaba desapercibida para la gran mayoría de la gente. Su condición y sus gustos la proporcionaban una discreción tan grande que los demás no solían reparar en ella.  Por eso enseguida se dio cuenta de que podía observar sin ser observada. Podía mirar y escuchar cuanto quería sin que aquello que miraba o escuchaba se viera alterado por su presencia. Esto la permitía conocer a las personas tal como eran, ya que, en su presencia, actuaban como si estuvieran solas. Así poco a poco, de tanto observar,  se convirtió en una gran sabia de la vida. Sabia en amores y desamores, en enfados, en lágrimas,  experta en conversaciones del alma, en delirios y sueños, promesas rotas y cumplidas, anhelos, inquietudes, besos y abrazos,  miradas y caricias,  acosos, amparos...Llegó un momento en que su sabiduría sobre la vida era tan grande que sobrepasaba completamente su pequeñez y Martina comenzó a sentirse sola, tremendamente sola.

Cuando ya no pudo con aquella carga, sin saber qué hacer con ella, comenzó a caminar sin rumbo. Y caminó y caminó lejos, muy lejos, mucho más de lo que lo había hecho antes en sus sencillos y pequeños paseos. Y llegó más allá de dónde había estado nunca. Caminaba con la cabeza baja y la mirada en el suelo, pues aquella carga pesaba tanto que no le dejaba hacerlo de otra manera. Pero llegó un punto en el que el camino se acabó. Martina vio un inmenso vacío ante sus pies. Entonces se detuvo y levantó la vista. Había llegado a un hermoso acantilado.

Martina se quedó absorta mirando aquella inmensidad azul desconocida para ella. Era lo más grandioso que había visto jamás. Y, para su sorpresa, no sentía ningún agobio ante aquel interminable azul, por el contrario, entendió que toda aquella gran sabiduría que a ella le agobiaba se volvía diminuta ante tremenda grandeza y sin pensarlo la vertió en el mar quedándose completamente sosegada al instante.

Ocurrió entonces que el mar sintió a los hombres en todas sus emociones y empezó a comprender y, agradecido quiso corresponder a Martina regalándola una parte de su grandeza en forma de poder para asimilar cualquier emoción por desmedida que fuera.


Y sucede que, desde aquel día, cada vez que Martina vive una gran emoción, no se siente sobrepasada, simplemente su piel se torna de color azul durante unos instantes y le invade una tremenda paz con la que asimila y disfruta la grandeza de cualquier sentimiento...

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