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sábado, 23 de mayo de 2015

LA CARICIA DE UN ANGEL

Autora: MARTA MUÑIZ RUEDA

La noche derramaba sobre el asfalto  las últimas gotas de lluvia que resisten indemnes la luz de las luciérnagas.
Bajo la marquesina, escuchando el rítmico runrún del aguacero, sus últimos acordes, envuelta en el mismo abrigo viejo que me amortajaba desde hacía seis años, pensaba en el futuro incierto que desfilaba con orgullo ante mis ojos, compatriota del llanto de todas mis mentiras.
Saboreando el último trago amargo de todos los relojes, creyendo que la vida asesina utopías, barajaba entregarme con inmensa dulzura a un sueño eterno,  rosa y definitivo, esperando ese autobús que nunca llegaría.
Contemplaba sonámbula los faros de los coches, que se difuminaban en mi mente confusa.
Nada importaba entonces y nada importa ahora. No soy protagonista en la vida de nadie.
La soledad es dueña de todas las esquinas.
Un chico delgado, lóbrego  como un cisne a punto de expirar en su último canto, se sentó a mi lado. Me miró a los ojos. Intensa, ciegamente. Yo cerré los míos, como quien le niega un acceso a su última esperanza, la que puede salvarle.
Me dio la mano. Sentí su calor abrigando el frío helado de mis venas, el sufrimiento trémulo que arañaba mis sienes. Sentí su paz anestesiando mi locura.
Acarició mi rostro, secó todas mis lágrimas con sus dedos de luna.
El silencio se hizo oscuridad. El silencio abrigaba nuestros corazones y al fin pude dormir sin sentir taquicardia ni esa desazón crónica que cohabita conmigo.
La piedad  puede ser muy poderosa si sabe ser humilde.
Permanecimos unidos un tiempo inexacto, una eternidad imprecisa.
Sólo sé que, al abrir los ojos, el sol me iluminaba. El amanecer deslumbrante anticipaba un día lleno de esplendor, como si mi pasado nunca hubiese existido.
Le busqué sin tregua, como si en él viviesen todas las primaveras.
Ya no estaba en el banco ni en las aceras, ni pude ver su sombra perdida en el jardín.
Tras las ventanas de la clínica me miraba con sus ojos de luz. Me lanzó un beso que aún flota en el aire, impulsando en su vuelo a una mariposa. Me regaló sus alas para poder volar.
Nunca podré entender cómo puede un ángel vivir encarcelado.

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