(Relato de Nuria Viuda García)
Me asomé para comprobar si la
marea estaba alta y pude comprobar que la playa había desaparecido, todo ya era
agua. Desde el balcón divisé como aumentaba el oleaje, y con la intuición que
da el miedo cerré la puerta del balcón de golpe, apresuradamente y echando el
pestillo, en segundos, la gran ola arenosa había traspasado los cristales del
balcón como si fuesen papel de fumar, yo no podía creerlo, la fuerza
incontenible del agua me trasladó hasta el pasillo y hasta que logré ponerme en
pie, transcurrió un lustro en mi cabeza ralentizada por el pánico .Cuando
terminé de achicar el agua de la habitación ,me dispuse a contar las copas de
un armarito que solo utilizábamos en las ocasiones especiales, tanto si estas
eran festivas o trágicas, (en la familia también acostumbrábamos a beber unidos
en la tragedia). Una reacción extraña por otra parte la mía, ya que después de
semejante e imprevisible inundación parecía que mi cabeza solo relacionaba esta
con la bebida y las copas de cristal. En la penumbra, al abrir la portezuela
del aparador, atisbé entonces un ser extraño, era rojo, dorado y negro, sus
ojillos sorprendidos punzaron los míos por un instante y cerré la portezuela de
golpe, asustado. Con tiento y curiosidad a los pocos minutos giré de nuevo el
pomo, el animalito se había posicionado en otro estante que le acercaba más a
la libertad, como en ese juego infantil del escondite inglés, ``sin mover las
manos ni los pies ´´, en el que uno va avanzando cuando el contrario no mira.
Con extrañeza me di perfecta cuenta de que se trataba de un caballito de mar,
arrastrado hasta allí por la gran ola que todo lo invadió. Un caballito de mar
al que le habían crecido las extremidades, transformándolo en caballito de
tierra. Entorné esta vez la puerta, aturdido, preguntándome a mi mismo si es
que acaso estoy perdiendo la razón .N.V.
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