Autor: GABRIEL RODRIGUEZ GARCIA
El Autor leyendo el relato en la presentación del blog Cuento cuentos contigo
(foto: Jesús Mª Rodríguez)
Querido Emilio: Todos estamos aquí preocupados por ese asunto de tu condena a muerte; bueno, todos excepto tu hermano Jacinto, que se obstina en copular conmigo. Yo le he dicho que ya hablaremos del asunto, pero que mientras tú sigas por aquí de cuerpo presente como quien dice, no me parece correcto. Otra cosa será, querido, cuando tú ya no estés.
Los niños han venido a pasar el fin de semana. Así veremos tu ejecución televisada en familia. Berta ha traído a su nuevo novio, que nos ha caído muy bien a todos. No sabes cuánto me alegro de que haya dejado atrás al fin aquella etapa hippie en que andaba tan perdida, drogándose y fornicando sabe Dios con quién. Ricardo y ella se casarán el año que viene. Lamentablemente, tú no estarás ya, pero tu hermano Jacinto, que es muy previsor, se ha ofrecido para llevarla del brazo hasta el altar. Pensé que te gustaría saberlo.
Tu futuro yerno póstumo es un encanto. Sonríe todo el tiempo y cuando algo le hace gracia se ríe con la boca muy abierta y se da palmadas en los muslos. Dice que Berta no necesitará trabajar y que él se ocupará de todo cuando herede la tienda de electrodomésticos de segunda mano que regenta su familia desde hace, cito literalmente, cinco siglos. De hecho, nos ha traído un vídeo beta que está nuevísimo para que podamos grabar tu ejecución.
También dice que la pena de muerte es imprescindible y que las autoridades han hecho muy bien en recuperarla. Dicho esto, ha aclarado que no se alegra especialmente de que seas tú a quien vayan a ejecutar, por más que él haya colaborado para enviarte al cadalso.
Debes de estar haciéndote algunas preguntas. Te voy a dar una pista. Ricardete (majo el chico) es ese mozo gallardo que testificó en tu juicio. ¿A qué ya sabes quién es? Tiene un pico de oro, no me dirás que no. A Berta le impresionó tanto lo bien que hablaba que quedaron a la salida del juzgado para tomarse un chocolate con churros. Donde menos te lo esperas, brota el amor. ¿No te parece precioso, Emilio?
Ricardín ha dicho también que si te denunció (ah, por cierto, se me olvidaba: fue él) lo hizo porque cree en el sistema y no con afán de perjudicarte; porque lo que hace falta ahora, cito literalmente, son hombres prácticos y sensatos, no idealistas ni revolucionarios. Y además, dice que el garrote es algo muy español, algo que había que recuperar, como la bota de vino, las farias o los veranos en Torremolinos.
Elías está mucho mejor desde que salió del Centro de Reorientación Psicológica. Ya casi no se hace pis en la cama. Con la medicación que toma se queda muy tranquilo. Se puede pasar horas con los ojos abiertos como dos lunas llenas mirando el gotelé del pasillo. Eso sí, cuando se nos olvida la pastilla, se pone un poco pesado. El otro día le clavó a Ricar (¡ay, pobre!) un tenedor en el cuello y luego le estampó en la cabeza el vídeo beta. Riqui, que se le ve a la legua que es más manso que un mazapán, se rió un buen rato y le quitó importancia al incidente. Dijo no sé qué cosa sobre la eugenesia y nos recomendó doblar la medicación. En cualquier caso el asunto no fue grave. Pudimos arreglar el vídeo.
Tu tío Avelino sigue más o menos igual. No le he podido convencer para que se ponga pantalones ni calzoncillos, pero al menos he conseguido que meta en un calcetín sus partes pudendas. Así va todo recogido y, como he acortado la goma del calcetín, le ajusta y no hay peligro de que se escape nada. Solo me preocupa que a veces se ponga a cantar “A las barricadas” con el puño en alto cuando aparece Ric. Y lo peor es que también se quita el calcetín y le golpea en la cara con él. Richi, que es más santo que un cachorro, se ríe y dice que el cerebro de ese hombre habría que donarlo a la ciencia para que lo estudiaran. De hecho, lo hemos donado ya. La próxima semana van a venir a buscarlo.
Tu hermano Jacinto se ha venido a vivir con nosotros. Dice que los niños necesitan una figura paterna ahora que tú no vas a estar. Yo le he dicho que los niños casi nunca están en casa y que, al fin y al cabo, ya tienen más de treinta años; pero a pesar de eso está dispuesto a hacer que, cito literalmente, tu ausencia se note lo menos posible. Me dice que siempre estuvo enamorado de mí, que me espiaba cuando iba al baño cada vez que visitábamos a tus padres y que me la va a clavar bien clavada en cuanto me descuide. Ya sabes, Emilio, que una es más bien mojigata, pero la verdad es que me siento un poco sola y que una ya no es una niña y que no estamos ya como para andarnos con remilgos ante los piropos de un galán.
Porque, perdona la franqueza, Emilio, creo que siempre has sido un poco egoísta. Bueno, si te soy sincera, un cerdo egoísta. Ya no es tiempo de medias verdades ni de paños calientes. Mejor será que te vayas al hoyo sabiendo lo que pienso.
Siempre me he sentido abandonada por ti. Desde que nos casamos (que ya me dice Jacinto que por qué no me habré casado con él, que me hubiera, cito literalmente, perforado a base de bien por todas partes) has sido empalagoso hasta la médula. Siempre olías bien, siempre eras comprensivo y siempre querías hablarlo todo. ¡Qué manía! Y sólo por hacernos de menos a los demás. Ya dice Jacinto que a él siempre le estabas prestando dinero y luego, con afán de humillarlo, nunca se lo pedías (a este respecto, me dijo el otro día mientras me metía la lengua en la oreja, que no te lo pensaba devolver, por capullo, cito literalmente).
Pero lo que más me duele es que te mezclaras con esa ONG de niños de papá andrajosos que pretendía ayudar a los andrajosos auténticos. ¡Qué fijación con los pobres, oyes! Ni que fuera culpa tuya que lo fuesen.
Hablando del asunto con Richard, me ha dicho que el gobierno está preparando un plan para erradicar, no sólo la pobreza, sino también a los pobres. Menos mal que al fin las cosas están en manos de gente joven y capaz como él y no de santurrones inflados de viejos ideales como tú. En fin, que no me quiero calentar.
No me extiendo más, que Ricardillo (¡qué mono es, por Dios!) está a punto de llegar y le estoy preparando un arroz con chipirones en su tinta, que le pirran. En la mesa tengo ya a Elías, que no para de meterse bolas de pan en la nariz y a tu tío Avelino, que se ha vuelto a quitar el calcetín y lo está mojando en la sopa.
Espero que no te haya molestado nada de lo que te he dicho. Pensé que sería mejor ser sincera en la última carta que vas a recibir de tu familia. No pienses que porque haya estas pequeñas diferencias entre nosotros te olvidamos en estos momentos que intuyo difíciles para ti. Pensábamos pasar a despedirnos, pero nos ha dicho R (es un sol) que para qué, si total te vas a llevar el mal rato y que esas cosas se ven mejor por la tele. También nos ha tranquilizado mucho diciéndonos que eso del garrote no duele, que es un segundo y ya no sientes nada; y que los reos de ahora vivís como queréis, pilluelo.
Bueno, Emilio, pues lo dicho. No bebas vino en tu última cena, que no te sienta nada bien (aunque ahora que lo pienso, total, resaca no vas a tener…). Cuídate el poco rato que te queda. Tu familia te sigue queriendo (salvo tu hermano Jacinto que, cito literalmente, no ve el momento de que la espiches).
Muchos besos y abrazos.
María.
Me ha encantado Gabriel. Divertidísimo humor negro, tan español también como las farias, y los veranos en Torremolinos. ;) ¡Bravo!
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