Sólo tres mujeres me han besado en la frente.
Voy a ir por orden.
La primera, mi madre. Lo
intuyo:
estábamos los dos,
casi solos los dos... no lo recuerdo;
pero me dicta el corazón
y ahora me acuerdo. Ella había soltado
un grito de dolor y de placer;
y yo era un espasmo de dolor
y de lágrimas, que me cortó la comadrona
en un azote. Y ella me sonrió.
Me descolgó la esperanza y la fuerza
desde sus ojos. Y me besó en la frente,
que yo, pobre, tenía embadurnada de sangre
y de placenta.
La segunda, mi abuela. Lo sé; lo
siento.
Había tenido calenturas,
tres o cuatro noches seguidas.
Seguidas de delirios. Se me juntó todo
con una hemorragia de sangre,
escandalosa. Tenía
la cara blanca, como un velón de cera.
Yo, en mi debilidad, supe que no estaba ya en el mundo. Estaba ido.
Y unos fantasmas me llamaban
desde el alto techo de la alcoba.
Y ella, mi abuela, me besó.
En la frente. Y fue un robo a la muerte.
"Déjalo ya, demonio" - decía el beso -
"Y cuando vengas, ven a por mi, si te atreves".
(Y vino, claro que vino. Mas yo no estaba allí, en la casa,
para salvar a mi abuela de la muerte, y devolverle el beso).
La tercera mujer que me ha
besado,
así, tan dulcemente, has sido tú.
Después de muchos besos, es verdad...
Besos de todos los colores; multiformes...
ingenuos; sosos;
cargados de la sal - en lágrimas,
y en risas -;
cortos, largos, entrecortados, tiernos...
escandalosamente silenciosos; prohibidos;
obligados a pecar; obligados a no prohibir...
Mas el dulce beso en la frente
que me diste, que me das, que me prometes cada noche...
cuando los dos estamos ya llegando a nuestra noche...
me lo supera todo, y me conforta.
Yo sólo he dado besos en la frente a tres mujeres.
(Una no fue mi abuela, ya lo sabes. Y lo siento).
Una fue mi madre,
cuando ella ya estaba en el mundo
sin estar; en su agonía, insuperable.
Estaba ya su piel casi de cera. Y la besé.
En la frente. Y fue un adiós terrible.
Una has sido tú. Y
tantas veces,
como noches. Como retornos merecidos,
a tus besos; que me alimentan... que nos alimentan.
Y la tercera fue hace tres
meses:
vino Julia, con sangre de mi sangre,
como un río, riéndose en sus venas.
Nos sonrió. Colgaba su mirada en los ojos de su madre,
con ojos que aún no veían.
Me la pusieron en los brazos,
- como para repartirla -,
Y yo posé con mis labios un hola suave, suave, suave...
en su serena frente.
Había venido sin dolor, en una cesárea,
y estaba allí serena, como un ángel.
Este mi beso fue como si fueran
tres. Como fueron los otros.
Como son los tuyos, noche tras noche.
Sólo que más luminoso.
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