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jueves, 9 de julio de 2015

CONSEJOS ATEMPORALES (Autora: CHARO DE LA FUENTE)


Podría explicarte  como es ese señor  con bombín, que se cree elegante y que huye de la vida como si en ello le fuera la muerte o su final. Podría decirte como se pavonea entre los años y los meses como si nunca fueran a acabarse y llegara a  buena hora a su fiesta de vanidades, con su frac negro lleno de cosidos por los avatares de la vida, podría decirte ¡tantas cosas! sobre el señor del reloj de bolsillo, que enreda su cadena en tu cuello cuando quiere besarte, podría decirte muchas cosas, pero lo mejor que podría hacer por ti frente a él, el tiempo, es darte algunos consejos muy atemporales…
Así que…
No dejes que el tiempo te devore, devóralo tú a él, pues es tan ingrato que transcurre, innegable, mientras cuentas su transcurso e intentas evitarlo.
 Agárralo de las pelotas y haz que chille y se retuerza  cuando quiera huir…,  es tan avaro que sólo quiere tu vida para sí, no dejes que te la arrebate, arrebátasela a él mientras dure. Estira sus piernas y brazos como si de chicle se tratara para que cunda y sirva en sus bondades  y hazle coscas en los pies para que se ría un poco de la vida y saque su lado cómico y absurdo, y  no sólo te muestre  lo malo que le atañe.
Dale un beso, si lo merece,  o  una patada en la boca para que calle si sólo deja oír su voz y no la tuya.   Cuando marque en los relojes su tic tac repetitivo  como un tic facial de loco compulsivo, cierra tus oídos y márcate un baile sin compás, en el que  los pasos  se muevan sobre el  vértigo y se detengan o huyan sin cuidado de ser cogidos por el ritmo de su tempo.
Alarga tu mano en posición de rechazo cuando veas que te atrapa o salúdalo si viene en son de paz con la única intención de unirse a tu relajo.
Dale plantón cuando quiera una cita sin concertar y mantenlo esperando hasta que pida perdón por sus maldades. No dejes que te absorba y bébetelo, aspirándolo  como un sorbete, cuando quiera deshacer todos tus planes.
Rumia sus minutos, segundo y décimas y regurgítalos de nuevo a tu boca para que no tenga nunca la sensación de tragarse todo cuanto tienes o esperas, y si la digestión te resulta muy pesada oblígale a beberse las horas en las que, como el agua, todo fluya en tu vida.
Chantajéale cuando quiera  ser el dueño de tus días y ofrécele  un buen aprovechamiento a cambio de sus demoras.
Ódialo por huidizo, traidor y cobarde, por llevarse tus años, tus edades, tus vivencias, dejándolas en el pasado sin poder regresar a ellas; por no cumplir su promesa de eternidad contigo y dejarla sólo para lo etéreo e intangible y para lo no vivido; y por cerrarse a la valentía de divagar  en tus minutos de sueños donde las hadas no dejan una estela tras su rastro por miedo a que desaparezca en su cielo o se lo trague  su tierra.
Y, por último, haz como yo y dile:
¡Ay tiempo!...
¿Por qué transcurres  y me persigues cada día, en cada encuentro, en cada rato perdido, en lo rápido y lo lento o en lo que no ha acontecido?

¡Infeliz tiempo!, nunca me alcanzas, porque siempre te espero.

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