Podría explicarte
como es ese señor con bombín, que
se cree elegante y que huye de la vida como si en ello le fuera la muerte o su
final. Podría decirte como se pavonea entre los años y los meses como si nunca
fueran a acabarse y llegara a buena hora
a su fiesta de vanidades, con su frac negro lleno de cosidos por los avatares
de la vida, podría decirte ¡tantas cosas! sobre el señor del reloj de bolsillo,
que enreda su cadena en tu cuello cuando quiere besarte, podría decirte muchas
cosas, pero lo mejor que podría hacer por ti frente a él, el tiempo, es darte
algunos consejos muy atemporales…
Así que…
No dejes que el tiempo te devore, devóralo tú a él,
pues es tan ingrato que transcurre, innegable, mientras cuentas su transcurso e
intentas evitarlo.
Agárralo de las
pelotas y haz que chille y se retuerza
cuando quiera huir…, es tan avaro
que sólo quiere tu vida para sí, no dejes que te la arrebate, arrebátasela a él
mientras dure. Estira sus piernas y brazos como si de chicle se tratara para
que cunda y sirva en sus bondades y
hazle coscas en los pies para que se ría un poco de la vida y saque su lado
cómico y absurdo, y no sólo te
muestre lo malo que le atañe.
Dale un beso, si lo merece, o una
patada en la boca para que calle si sólo deja oír su voz y no la tuya. Cuando marque en los relojes su tic tac
repetitivo como un tic facial de loco
compulsivo, cierra tus oídos y márcate un baile sin compás, en el que los pasos
se muevan sobre el vértigo y se
detengan o huyan sin cuidado de ser cogidos por el ritmo de su tempo.
Alarga tu mano en posición de rechazo cuando veas que
te atrapa o salúdalo si viene en son de paz con la única intención de unirse a
tu relajo.
Dale plantón cuando quiera una cita sin concertar y
mantenlo esperando hasta que pida perdón por sus maldades. No dejes que te
absorba y bébetelo, aspirándolo como un
sorbete, cuando quiera deshacer todos tus planes.
Rumia sus minutos, segundo y décimas y regurgítalos de
nuevo a tu boca para que no tenga nunca la sensación de tragarse todo cuanto
tienes o esperas, y si la digestión te resulta muy pesada oblígale a beberse
las horas en las que, como el agua, todo fluya en tu vida.
Chantajéale cuando quiera ser el dueño de tus días y ofrécele un buen aprovechamiento a cambio de sus
demoras.
Ódialo por huidizo, traidor y cobarde, por llevarse
tus años, tus edades, tus vivencias, dejándolas en el pasado sin poder regresar
a ellas; por no cumplir su promesa de eternidad contigo y dejarla sólo para lo
etéreo e intangible y para lo no vivido; y por cerrarse a la valentía de
divagar en tus minutos de sueños donde
las hadas no dejan una estela tras su rastro por miedo a que desaparezca en su
cielo o se lo trague su tierra.
Y, por último, haz como yo y dile:
¡Ay tiempo!...
¿Por qué transcurres
y me persigues cada día, en cada encuentro, en cada rato perdido, en lo
rápido y lo lento o en lo que no ha acontecido?
¡Infeliz tiempo!, nunca me alcanzas, porque siempre te espero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario