Ilustración: Nuria Antón
Sólo te tuve
un instante, y fue hace tanto tiempo.
Y en realidad
no te tuve, sólo me miraste de pasada mientras caminábamos, o
soñábamos que caminábamos. Fue sólo un momento, sí, pero no como los
otros momentos. No pasó de largo imperceptible, ni se desvaneció
silencioso en el pozo de mi desmemoria. Parecía que iba a transcurrir
anónimo, como tantos otros segundos de reloj que discurren incansables
por la vida, pero el azar le destinó a contener un instante de ti, y este
fugaz milagro inesperado le hizo tomar nombre y cobrar vida eterna y
feliz, como eterno y feliz es para mí, desde entonces, todo lo que
contigo se relaciona.
Digo que fue
instante y digo mal, porque no fue, sino que es, pues sigue vivo y presente
a mi lado, y desde entonces me acompaña,
y desde entonces estoy
tan bien acompañado. Tantos años han pasado, y han pasado bien y fueron
dichosos y fructíferos, pero así y todo insignificantes resultan en mi
vida, que quedó en un instante plena y completa, llena con un
instante, el instante de ti.
Recuerdo tu
mirada, que no era mirada, era como una ola embriagadora, verde y
tropical, que venía de unos ojos que no eran ojos, eran un océano vasto,
profundo, bello y feliz. La ola, que era tu mirada, y tu mirada, que
era la ola, inundó todo mi ser y me llegó muy adentro, tanto más adentro cuanto más cerraba yo los ojos,
incrédulo y maravillado por los misterios
que me regalaste.
A veces me
siento y miro al horizonte, a la línea donde el mar se hace cielo, y el
cielo se hace mar, y me doy cuenta que
no están, porque sólo están tus
ojos, tan bellos y tan sabios como entonces, como ahora y como siempre.
Desde ese
instante que me miraste, ese instante que fui el mundo para ti, como desde
entonces y hasta ahora has sido tú el mundo para mí, desde ese
instante me fue revelado todo. En la
belleza de tu mirada descubrí la
verdad de la vida, vida que me mira con tus ojos, como yo, también con
tus ojos, la miro a ella.
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