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jueves, 16 de julio de 2015

DIA DE VISITA (Autor: Carlos Campelo García)

Este relato fue leido por su autor en el tercer encuentro público (julio 2.015), de Cuento cuentos contigo

Aparco el coche a escasos cinco metros de la puerta de entrada. Una puerta grande, de esas que se construyeron para carruajes, puerta que parece boca de paso a otra dimensión. La traspasa, lento, con precaución, como con miedo a lo que puede encontrar después. Tras superar el zaguán accede al claustro, en el que a esta hora entra el sol, a cuchillo, delimitando con perfección aritmética las zonas de luces y sombras; el pasillo es ancho, con un zócalo marmóreo de color arena y pasamanos de madera en toda su longitud para que ellos se apoyen, se sujeten, no caigan; aunque, ha de decir, que nunca ha visto a ninguno de los ancianos hacer uso del mismo.
Se encuentran, como en otras ocasiones, en las esquinas oscuras, quietos, algún balanceo denota que están vivos; en silencio, enfrentando los ojos o mirando al suelo; el silencio es denso espeso, es un silencio provocado por la extenuación en el hablar, por la falta de palabras de un tiempo en el que ya todo ha sido dicho, de un tiempo en el que ya no queda nada que comentar.
Al pasar al lado de ellos murmura un “buenos días”, algunos responden, otros rezongan; continúa su camino en busca de quién viene a visitar, una de las dos personas responsables de su existencia.
Llega al ascensor, pulsa el 2, asciende lentamente y comienza a pensar en cómo lo encontrará, ¿estará despejado?, ¿estará despierto?, …, detiene el chorro de preguntas para, de este modo, calmarse y poder ofrecer su mejor cara. Llega a su habitación, lo están acabando de duchar. El asistente lo acaba de secar; le dice que se vaya, que él le ayudara.
Le da un beso en la mejilla y le pregunta, como siempre: ¿cómo estas?. Contesta que bien y su cara, por un instante, se ilumina con una sonrisa vieja, una sonrisa que le dice “te recuerdo”, una sonrisa que dice “sé quién eres”. Lo ve desnudo, no es la primera vez,  pellejos colgando de huesos arrugados por el tiempo. El final que a todos nos espera.
Una vez se ha vestido inician su rutina habitual, se encaminan a la cafetería de siempre, con la conversación de siempre, dónde el joven se tomará un café y un vaso de agua y el mayor un café y una mantecada. El silencio se instala entre los dos, el pasado y los estragos de la enfermedad hacen dificultosa cualquier conversación fluida. El joven intenta que hable, que sea un poco más activo, que encienda sus conexiones neuronales. Sabe que trabaja en vano, que él ya ha arrojado la toalla hace tiempo y que solo espera, en silencio, la llegada de la muerte.
Emplean en recorrer el trayecto que les separa de la cafetería (unos 110 metros) sobre diez minutos, velocidad supersónica, en ocasiones es más lento, pocas veces más rápido. Se sientan en la mesa de siempre, piden los cafés y la mantecada, cada uno de los dos se centra en lo que está haciendo, el joven coge el periódico e inicia su lectura, el mayor se dedica a la mantecada y al café; cuando el silencio se vuelve insoportable el joven inventa alguna pregunta para mover al anciano a responder, son respuestas cortas, en ocasiones simpáticas – hoy no tocaban – y el silencio vuelve a planear sobre los dos. Transcurridos cuarenta minutos inician el regreso hacia la residencia, vuelven despacio; él joven sujeta al anciano por un brazo, le ayuda a mantener su estabilidad. Llegan a su destino, el mayor pregunta: ¿dónde vamos?, el joven le responde que al salón de la televisión, allí permanecerá sentado hasta que la necesidad le impulse a buscar el baño o alguien le diga que es la hora de comer.
Una vez allí el joven lo vuelve a besar y se despide del mayor con un “hasta la próxima semana papa”.
Abandona la residencia con diez centímetros menos de altura, la mente en blanco y el corazón un poco encogido; ya se ha ido acostumbrando a esta situación. Se sube al coche, inserta en cd2 del Muro de Pink Floyd en el lector y se dispone a conducir. Como siempre el recorrido no será el de venida, usa una ruta alternativa que le lleva por una carretera comarcal que remonta el río; a la derecha, según su sentido de la marcha, campos de cultivo de secano, robledales, encinares – menos – y algún que otro pinar, a la izquierda las vegas de los pueblos, cultivos de regadío y, últimamente, choperas. Se calza las gafas de sol e inicia la marcha, comienza a sonar “Hey you”, la piel se le eriza cuando la canción llega al break de batería previo al solo de guitarra, su mente vaga de forma inconexa entre unos sentimientos contradictorios y los pensamientos que los analizan; conduce despacio, sin prisa, nadie le espera.
Deja volar su mente por los paisajes que va cruzando, cuando llega al pueblo donde ha de desviarse gira despacio, con precaución, remonta el desnivel que separa la vega del páramo del monte, el paisaje aquí es de robles ancianos y cereales desperdigados, comienza a sonar “is there anybody outhere?” y él se pregunta si, realmente, hay alguien dentro, no fuera; en su discurrir decide detener el coche en la entrada de un camino de concentración para fumar un cigarro.
Baja del coche, se hace el cigarro y comienza a fumarlo con tranquilidad, sin prisa, saboreando cada calada, viendo el humo ascender; su mente sigue perdida. Pestañea y comienza mirar el paisaje, una sucesión de valles y páramos que alcanzan hasta las estribaciones de las montañas, no se ve ninguna población, solo naturaleza. En donde se ha detenido se observan escobas de flores amarillas y malvas, una plantación de roble americano a la izquierda, otra de pino común a la derecha, alguna encina aislada y tierras de centeno; la vista no tropieza con nada y llega hasta el límite de los ojos. Vuelve a parpadear y comienza a pensar en la vida, en general, su alma se relaja, cree comprender la lección de la naturaleza, la vida continúa sin más, sin estridencias, sin alharacas, sin pesares, sin remordimientos, sin culpabilidades. Comienza a sonar “Nobody home” en el reproductor, acaba de posar los pies en el suelo, se sube al coche, se coloca el cinturón de seguridad, respira hondo, profundo, llena los pulmones de aire y comienza a conducir, de nuevo, hacia un destino que no sabe dónde está, solamente resuena en su mente “la vida sigue, sin más”.

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