Autora: JULIA ALVAREZ |
foto: JESUS Mª RODRIGUEZ |
Este relato fue escrito por su autora para la sección de cuento cuentos contigo "poniendo historias" del mes de septiembre de 2.015, correspondiente a la fotografía de Jesus Mª Rodriguez
Llevaba tanto tiempo llenando moneda a moneda la graciosa hucha del cerdito, que el momento de romperla para intentar darse un capricho le parecía una traición.
La
había comprado en una feria de cerámica hace ya un tiempo con el firme
propósito de ir depositando en ella monedas que a veces estorbaban en el
monedero, las vueltas de alguna compra, o las que aparecían en los bolsillos de
la ropa revisados antes de meterla en la lavadora.
Era
un instante especial, quizá lo que la hucha de barro contenía le sirviera para
poder comprar el billete de avión necesario para ir a su paraíso anhelado.
Sería un billete solo de ida, una ruptura con su anodina vida: del
trabajo-casa, casa-trabajo. Un cambio radical a sus 50 años, dejando atrás
rutinas, insatisfacciones, familia, paisajes muy vistos, seguridad, amores y
desamores, comodidad, sus libros, las fotos de una vida compartida con otros
pero donde ella era un personaje secundario.
Estaba
nerviosa. Hacía un tiempo que había tomado esta decisión sin consultar con
nadie. Sería una sorpresa para todos y lo sabrían cuando se fuera a marchar. En
su debido momento enviaría correos electrónicos a familiares y amigos para
comunicarles que ponía kilómetros de por medio, que no la buscaran, que iba a
construir su propia existencia sin la muleta de los que la rodeaban
habitualmente. Se llevaría pocas cosas, con todo lo demás podrían hacer lo que
quisieran, ella ya no las necesitaba.
Le
había dado vueltas, seguro que muchos opinarían que era una locura, pero
pensaba que durante sus primeros 50 años de vida todo lo había hecho dejándose
llevar por las circunstancias, todo había ido rodado, lo bueno y lo malo. Tenía
la sensación de no haber tenido nunca el control de las cosas: trabajos que le
habían buscado, parejas que le habían presentado, seres cercanos que tenían
vidas en las que ella era eso: la que siempre estaba para echar una mano, pero
a la que no se le consultaban las cosas.
Estaba
cansada y aburrida. Y había llegado el momento de volar hacia su vida.
Miró
por última vez aquella hucha con forma de cerdito panzudo, con sus orejillas y
su rabito redondo, confiaba en que encerrara dentro lo que necesitaba para ser
feliz. Cogió el martillo, que siempre estaba perdido por algún cajón de la cocina,
colocó la pieza de barro sobre la mesa protegida por un periódico y le asestó
un golpe seco. No saltaron muchos trozos porque dentro había muchas monedas que
amortiguaron el impacto. Incluso había algún billete.
Procedió
a hacer un recuento del botín.
Acto
seguido y cuando tuvo claro del capital que disponía, se sentó delante del
ordenador y consultó las páginas de viajes, reservó un billete de avión, EL
BILLETE DE AVION DE IDA HACIA SU VIDA, la suya.
Dejo
todo tal cual. No se despidió personalmente de nadie. Preparó la maleta, no
necesitaba muchas cosas. Revisó que llevaba el pasaporte, su tarjeta de
crédito, dinero. Cerró la casa y metió las llaves en un sobre dirigido a su
hermana, que depositaría en la oficina de Correos camino del aeropuerto.
Había
escrito unos cuantos correos electrónicos para comunicar su decisión: a su
jefe, a algunos familiares, tres amistades,… ese era el balance de su
cincuentena, pobre balance realmente. Los dejó archivados en la carpeta de
borradores y cuando estuviera a punto de embarcar los enviaría desde su
teléfono móvil. Es cierto, sé lo que pensáis: se lleva su móvil, una conexión
con el pasado. Pero por poco tiempo porque dejaba el cargador con lo cual la
batería moriría sin remedio.
Se
acercaba el momento, sentía mariposas en el estómago como cuando la besó su
primer amor: ella tenía 15 años, él 18. No había vuelto a sentirlas.
Subió
al avión y contempló la ciudad mientras despegaba. Ese mundo quedaba atrás y
había incertidumbre en lo que se avecinaba pero a la vez ilusión.
Y
llegó a su destino, el que ella había elegido, al que ella se enfrentaba por
sus propios medios, era su sueño de largas noches de insomnio y desgana. Allí
sería ella, sin más.
Os
preguntareis qué lugar era. No tiene importancia. Da lo mismo el sitio, además
no puedo dar pistas para cuando rompa mi hucha particular y me enfrente a mi
destino.
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