Este relato fue escrito por su autora, con el fin de poner una historia al poema cedido a cuento cuentos contigo por el poeta TOÑO MORALA
Septiembre llega con el alma encogida y mecido en silencios.
Agosto se llevó las risas, las bicicletas, los "por mí y
todos mis compañeros" y las veladas entretejidas con recuerdos, nostalgias
y chismes a media voz.
"Un verano más", piensa Brígida, "un verano
menos".
Entre la ropa doblada sobre la cómoda, Brígida busca su toquilla
de color burdeos. Bueno, fue de color burdeos durante algún tiempo; ahora…
¡quién sabe…! "Me da igual lo que diga Teresa; esta se viene conmigo. Las
madreñas se quedan aquí, de acuerdo, pero la toquilla… ¡de eso nada! ¿Que está
vieja? ¡También yo estoy vieja!".
En pocos días, Teresa, su hija, vendrá a buscarla. Quiere que pase
el invierno en la ciudad con ella. No. Con ella, no. Más exactamente cerca de
ella, en un pequeño apartamento próximo al piso de cinco habitaciones en el que
vive Teresa, su marido y sus dos hijos.
–Solo hasta mayo, mamá, hasta que llegue el buen tiempo. El
invierno es muy duro en la montaña –había insistido su hija para convencerla.
Pero no quiere ir.
Nunca ha vivido fuera de su pueblo. Nunca ha vivido fuera de su
casa. ¿Qué va a hacer ella en la ciudad, con tantas luces y tan pocas
estrellas, tantos ojos y tan ciegos, tantos ruidos y tan pocas palabras, tanta
prisa para no ir a ningún sitio?
Otra vez toca obedecer. Toda la vida obedeciendo. A su padre, que
gritaba e imponía. A su difunto marido, que no gritaba, pero también imponía.
Ahora a su hija. Su hija…
–Mi madre va a pasar el invierno en León. No está bien; creo que
se le esta yendo un poco la cabeza" –le había dicho Teresa a su marido el
día de Santiago mientras ponía el mantel de las fiestas sobre la mesa.
–No creo que quiera salir del pueblo? –había respondido su marido.
–No importa lo que ella quiera. Viene y punto.
"No estoy bien de la cabeza. Voy y punto. No importa lo que
yo quiera". Desde ese día de Santiago en que Brígida se acercaba al
comedor con las servilletas en la mano, las palabras de Teresa siguen ahí, en
su cabeza, golpeándole el cráneo, retorciéndole los sentidos… y hoy…
…hoy le van a dar el valor que nunca antes tuvo.
Con el ímpetu que da la certeza, Brígida tira al suelo las prendas
que, aún sin doblar, esperan sobre su cama.
Y decide.
Decide acostarse. No le gustan los otoños.
Decide acostarse para esperar el invierno de los días eternos y
las nieves perpetuas.
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