Este relato fue escrito por su autora, con el fin de poner una historia al poema cedido a
cuento cuentos contigo por el poeta TOÑO MORALA
Entre los grises
del alba la encontré, la visión de
profunda tristeza en sus ojos me
estremeció.
No tendría más de
siete u ocho años. Vestía falda marrón de tablas, acompañada de un roído jersey
de lana, calzaba unas vastas botas negras,
como las que se utilizan en las labores de campo, tenían que sobrarle algunos números porque bailaban
rítmicamente sobre sus escuálidas pantorrillas, su posición en jarras, a la
defensiva, y ese chocante halo rojo,
como rojo cólera, que desprendía su cuerpo al deambular, le daban un aspecto casi esperpéntico.
No se si sentí
pena, curiosidad o ambas.
Y desapareció.
Me hice el firme
propósito de volver a buscarla. Era obvio que fuera quien fuera... necesitaba
cualquier auxilio.
Y al día siguiente,
la olvidé.
Pasaron unos
cuantos años, cuando otro melancólico amanecer de otoño, intuí a lo lejos la
misma perturbadora imagen. Le grite que no se fuera, que quería ayudarla....
Era inmune a mi voz, a mis palabras. Desistí en el empeño, pero algo muy lejos
de la sensatez me hizo seguir sus pasos hasta la entrada de una cueva donde
presentí se refugiaba.
Era una gruta fría
y húmeda, sus zancadas en los charcos de agua arcillosa que la erosión
sedimentaba, sonaban como pequeñas tormentas ¡craf! ¡plat! ¡craf! ¡plat!. No
percibió mi presencia, dudo que se
percatara de algo más allá de sus tonalidades cóleras. Se tendió al fondo, en
un saliente entre dos rocas fuera del agua, quedando su cuerpo totalmente
encajado a modo de ataúd.
A mi me costaba
respirar... quizás fuera la culpa por mi involuntaria amnesia.
Esta vez no la
olvidé, me comprometí a volver cada amanecer. Era huidiza. Fue ardua tarea atravesar ese halo rojo de
protección , pero mi persistente presencia y mis obsequios la fueron
dulcificando.
Descubrí que le
gustaban las flores, los colores, el queso, los cuentos...
Cuando se
encontraba uno a la salida de la caverna, se sentaba lejos, pero donde yo
pudiera verla y me regalaba una y a veces varias sonrisas.
También descubrí
que me gustaba inventar cuentos para ella, además, ya no necesitaba gritar, cada vez se sentaba más cerquita.
Un día le hablé de
un lugar de lechos de flores sobre hierba verde donde me gustaba ir a leer en
las tardes, me conmovió que ella quisiera acompañarme.
Las dos fuimos
emocionadas, su manita fría cogía fuertemente la mía. Luego,
ya no quiso quedarse sola, ni volver a su guarida.
Excitada, la invite
a mi casa, me miró durante largo rato, como si evaluara “si yo estaba preparada”, luego camino a mi
lado.
En casa eligió el
rincón cubierto con grandes cojines
acolchados, me pidió un bloc y se puso a pintar.
¿Te gusta dibujar?
Le pregunte
- No- Me contestó
secamente
Intrigada me
acerque, tenía el bloc lleno de o que remarcaba una y otra vez de manera
compulsiva y súbitamente, algo profundamente olvidado se desvelo. Me reconocí
en una mano temblorosa delante de un cuaderno de caligrafía, en los gritos
tormentosos de un padre castigador enseñado a “la letra con sangre entra”.
Reconocí la rabia, la mirada de profunda
tristeza, la ausencia en la que me aislaba..
Muchas, muchas
lágrimas después, por la ventana entra un rayo cálido de sol, mi niña y yo
admiramos el despertar del alba anticipando una añorada Nueva primavera.
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