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miércoles, 28 de octubre de 2015

"TEMPRANO ATARDECER" (Autora: Mª FE GARCIA ACEVEDO)

Este relato fue escrito por su autora, con el fin de poner una historia al poema cedido a 
cuento cuentos contigo por el poeta TOÑO MORALA




Entre los grises del alba la encontré,  la visión de profunda tristeza en sus  ojos me estremeció.
No tendría más de siete u ocho años. Vestía falda marrón de tablas, acompañada de un roído jersey de lana, calzaba unas vastas botas  negras, como las que se utilizan en las labores de campo, tenían que  sobrarle algunos números porque bailaban rítmicamente sobre sus escuálidas pantorrillas, su posición en jarras, a la defensiva, y  ese chocante halo rojo, como rojo cólera, que desprendía su cuerpo al deambular,  le daban un aspecto casi esperpéntico.
 No se si sentí pena, curiosidad o ambas.
 Y desapareció.
 Me hice el firme propósito de volver a buscarla. Era obvio que fuera quien fuera... necesitaba cualquier auxilio.
Y al día siguiente, la olvidé.
 Pasaron unos cuantos años, cuando otro melancólico amanecer de otoño, intuí a lo lejos la misma perturbadora imagen. Le grite que no se fuera, que quería ayudarla.... Era inmune a mi voz, a mis palabras. Desistí en el empeño, pero algo muy lejos de la sensatez me hizo seguir sus pasos hasta la entrada de una cueva donde presentí se refugiaba.
 Era una gruta fría y húmeda, sus zancadas en los charcos de agua arcillosa que la erosión sedimentaba, sonaban como pequeñas tormentas ¡craf! ¡plat! ¡craf! ¡plat!. No percibió mi presencia, dudo que  se percatara de algo más allá de sus tonalidades cóleras. Se tendió al fondo, en un saliente entre dos rocas fuera del agua, quedando su cuerpo totalmente encajado a modo de ataúd.
 A mi me costaba respirar... quizás fuera la culpa por mi involuntaria amnesia.
 Esta vez no la olvidé, me comprometí a volver cada amanecer. Era huidiza.  Fue ardua tarea atravesar ese halo rojo de protección , pero mi persistente presencia y mis obsequios la fueron dulcificando.
 Descubrí que le gustaban las flores, los colores, el queso, los cuentos...
Cuando se encontraba uno a la salida de la caverna, se sentaba lejos, pero donde yo pudiera verla y me regalaba una y a veces varias  sonrisas.
 También descubrí que me gustaba inventar cuentos para ella, además,  ya no necesitaba gritar,  cada vez se sentaba más cerquita.
Un día le hablé de un lugar de lechos de flores sobre hierba verde donde me gustaba ir a leer en las tardes, me conmovió que ella quisiera acompañarme.
 Las dos fuimos emocionadas, su manita fría cogía fuertemente la mía.  Luego,  ya no quiso quedarse sola, ni volver a su guarida.
 Excitada, la invite a mi casa, me miró durante largo rato, como si evaluara  “si yo estaba preparada”, luego camino a mi lado.
 En casa eligió el rincón cubierto con grandes cojines  acolchados, me pidió un bloc y se puso a pintar.
¿Te gusta dibujar? Le pregunte 
- No- Me contestó secamente
Intrigada me acerque, tenía el bloc lleno de o que remarcaba una y otra vez de manera compulsiva y súbitamente, algo profundamente olvidado se desvelo. Me reconocí en una mano temblorosa delante de un cuaderno de caligrafía, en los gritos tormentosos de un padre castigador enseñado a “la letra con sangre entra”. Reconocí la rabia,  la mirada de profunda tristeza, la ausencia en la que me aislaba..
 Muchas, muchas lágrimas después, por la ventana entra un rayo cálido de sol, mi niña y yo admiramos el despertar del alba anticipando una añorada Nueva primavera.

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