ILUSTRACIÓN DE ALVAR ALDIEL
Este relato fue escrito para la sección "poniendo historias" que cada mes se propone desde los encuentros de CUENTO CUENTOS CONTIGO. En este caso los relatos debían estar inspirados en la ilustración de Alvar Aldiel. Entre todos los enviados, fue este relato de la escritora Soco Ramos, el elegido para representar dicha ilustración.
El día promete ser cálido pero aún no lo
es. En la confluencia de las principales calles de la ciudad se baten a duelo los
vientos venidos de los cuatro puntos cardinales. Finalmente, impulsado por
ráfagas heladas, el viento del norte poderoso, dominante y frío, gana el
silencioso combate. Orgulloso y gélido se abre paso entre los árboles del
bulevar cuyas ramas le rinden pleitesía doblegadas por la escarcha. Todavía no
se oye la algarabía mañanera de los pájaros.O tal vez sí. Quizá hayan comenzado
su piar alborozado ante el nuevo día y es Elisa quien no les oye, quien no les
presta atención subyugada por las notas que provienen de un instrumento musical
cercano. Un saxofón.
Atraída por su sonido se aproxima a la
esquina donde un tímido rayo de sol esquiva el aire helado y tiñe las piedras
del antiguo palacio renacentista de un suave tono dorado.
Conoce el tema: “Summertime”, de Gershwin. Lo ha escuchado miles de veces en sus
momentos de añoranza, “nada puede hacerte
daño con papá y mamá a tu lado”…
Pero papá y mamá hace años que ya no están. Desde el terrible accidente de
coche que sufrieron los tres y que costó la vida a sus padres.
Elisa
sigue escuchando y espera con el corazón palpitando de ansiedad que de un
momento a otro el músico cometa un fallo, una nota discordante que quiebre la
limpidez de la melodía. Pero la ejecución es impecable. Se diría que son los
dedos mágicos de Charlie Parker quienes arrancan sonidos sublimes al saxofón.
Ella no siempre ha sido una entusiasta del
jazz. Sus preferencias iban por otro lado. Música barroca o romántica. Aunque la
melancolía del “Summertime” se asemeje bastante al poso de tristeza de los nocturnos
de Chopin.
Elisa llegó al jazz de la mano de
Cortázar, identificada con la angustia de Johny Carter, el ángel caído que
lucha con el tiempo a medio camino entre el peso del pasado y la luz de un
futuro que él sabe inalcanzable.
Y ¡por fín! ¡Lo inesperado a fuerza de
desearlo acontece! El músico ha pulsado una llave equivocada y el instrumento
ha emitido un quejido sonoro.
Elisa sonríe. Vuelve a verse sentada
entre sus padres en las gradas de madera del circo, riendo como ríen los niños
cuando el payaso tonto arrebata el saxofón al payaso listo y torpemente intenta
imitar su música. Los niños celebran cada nota fallida con aplausos. Ellos aman
al payaso tonto y no quieren que el payaso de la cara blanca se mofe de su
ineptitud.
En la imaginación de Elisa se encienden
los focos que iluminan la pista. Ve las lentejuelas brillantes de los trajes de
los trapecistas… Ve la ceja negra del clown dibujada sobre el maquillaje blanco
como si se encontrara en un continuo estado de sorpresa… Ve al pobre payaso
tonto dando vueltas alrededor de la pista con sus enormes zapatones negros… Ve
su nariz de bola… Ve su boca pintada de rojo…
Se hace tarde y ella
debe llegar a tiempo a su trabajo
Elisa camina por la
acera apartando con su bastón de invidente las sombras del futuro.
Las notas del saxofón
han devuelto a sus ojos ciegos los colores de la infancia y como si se tratara
de un milagro, papá y mamá están a su
lado.
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