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martes, 24 de abril de 2018

EL SUSURRO DEL VIENTO (Autor: Juan Carlos Gacía Crespo)





Fue un sábado, lo recuerdo por qué ese día, después de tres semanas, papá descansó y él siempre descansa los sábados para estar conmigo.
Mí prima y yo teníamos ocho años cuando mí padre nos dejó solas en casa. Él aseguró que sólo fueron diez minutos, para nosotras fue una eternidad. Desde entonces Zaida tiene el pelo canoso y yo…, bueno a mí, veinticinco años después, siguen tratándome los psiquiatras.
Fue por la noche, mientras el ascensor nos dejaba en el cuarto piso. Papá se acordó que no había comprado para la cena. Nos dejó en la cocina, terminando los deberes.
-          Chicas, vuelvo enseguida, se nos ha olvidado comprar pan y huevos. ¿Os puedo dejar solas? Serán solo cuatro minutos- Era la primera vez que nos dejaba un ratito solas.
-          Vuelve pronto papi, tenemos hambre y no queremos estudiar más- le dije mientras le daba un beso.
Nada más que salió por la puerta dejamos los libros a un lado, empezamos a jugar, a decir bobadas y a reír.
Fui yo la primera que lo oyó. Una puerta se abría y cerraba sola.
-          Mira a ver tú, que eres más valiente- no sé cuál de las dos lo dijo.
Asomamos la cabeza, no se veía nada, oíamos la puerta moverse, al fondo una luz que parecía querer iluminar enseguida se apagó.
Encendimos nuestra la luz, salimos al largo pasillo, que aún nos pareció mas largo, y vimos como la puerta del fondo, la del baño, se abría y se cerraba de golpe. Varias veces, como si alguien dentro estuviera muy enfadado. Mí prima y yo, asustadas, nos abrazamos.
Fiiiiiiiuuuuuuuuu, fiiiiiiiiiuuuuuuuuu, fiiiiiiiiiuuuuuuuuuu. Silbaban como para asustarnos o seducirnos.
En una ocasión mí hermano Derek, más mayor y más chinchoso y mentiroso, nos contó la historia del susurro del viento.
-          Si un día escucháis su silbido, si oís que os llama, no hace falta que huyáis, os atrapará igualmente. Se transformará en vuestra fobia y no parará hasta llevaros con él.
-          ¿Que es una fobia Derek?- le pregunté.
-          Lo sabrás cuando la veas.
El pasillo comenzó a alargarse y estrecharse, se movía, nuestros corazones parecían querer salirse, nuestras almas querían escapar. Era el viento que venía a buscarlas.
Fiiiiiuuuuuuuuuu, Zaaaiiiiiidaaaaaaa, fiiiiiiiuuuuuuuuu, mí prima estaba aterrorizada- no, no, no, no- gemía. Oíamos como nos llamaba, susurraba nuestros nombres con tal poder de atracción que yo no podía mover un músculo, sólo desear que todo terminara pronto. La puerta se abría y cerraba, se encendió otra vez una leve luz que apenas iluminó pero que me sirvió para ver una sombra cruzar hacia nosotras. Mí prima Zaida acurrucada en el suelo ya sólo balbuceaba.
En un atisbo de lucidez se levantó y consiguió abrir la puerta de las escaleras, dio la vuelta, me agarró del brazo y tiró de mí. Salimos al rellano, Zaida llamó a los vecinos de enfrente, nadie contestó, yo, presa del pánico, con miles de arácnidos persiguiéndome, dejé cerrar la puerta de casa.
-          Aaaaaahhhhh- gritamos.
Estábamos solas, asustadas, descalzas, heladas de frío, muertas de pánico. Llorábamos cuando el ascensor comenzó a subir, se paró en nuestro piso y se abrió la puerta interior. Pensamos que era papá pero no salió nadie. Me hice pis encima. Importándome ya nada, abrí la puerta. Aliviadas entramos y bajamos al cero. Entre el piso dos y uno, el ascensor se paró, se apagaron las luces y el viento volvió a llamarnos. Volvimos a gritar, más fuerte, más veces, más horror. Enseguida el aparato volvió a ponerse en marcha y llegamos al portal con la cara desencajada y tiritando de miedo. En ese momento papá entraba de la calle y todo terminaba. Nos explicó que esa noche se había levantado viento, con la ventana abierta la corriente de aire movía la puerta, un vecino encendía la luz de su casa y reflejaba en nuestro baño.
Papá me dijo que yo había sufrido alucinaciones, que las enormes arañas que había visto y me habían atacado sólo eran fruto de mi imaginación, creadas por mí mente debido al miedo, que las picaduras que tenía me las provoque yo misma.
Mi prima Zaida jamás contó que le ocurrió, nunca más habló de ese día, su pelo se transformó y su carácter se volvió más taciturno. No se acerca a los chicos más de lo necesario. Le salieron moratones que papá dijo también fueron producto del pánico.
Yo no fui capaz de perdonar a mi padre y menos cuando me enteré que sólo había sido una broma suya con la intención de ver nuestra reacción y poder escribir una historia de terror para un concurso.
Odié a mí padre desde entonces. Por eso, días después, preparé aquello, una bromita, le dije mientras tirado en el suelo se apretaba el corazón. Me pinte, me despeine, me vestí con una túnica blanca, desconecte luces, usé una pequeña linterna para alumbrarme y arrastrándome me aparecí ante él igual que aquella chica de una película china. Se asustó tanto, tuvo tanto miedo, que le dieron tres infartos seguidos, murió con los ojos desorbitados. Él viento fue mí cómplice, me ayudó con los efectos de sonido y con otras cosas que no creeríais.
Por eso sigo aquí encerrada. Los médicos no confían en mi cura. Tienen razón, el viento sigue llamándome, susurra mí nombre, viene a buscarme y no me devuelve al sanatorio hasta atrapar más almas con las que silbar.


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