Fue un
sábado, lo recuerdo por qué ese día, después de tres semanas, papá descansó y él siempre descansa los sábados para estar conmigo.
Mí prima y
yo teníamos ocho años cuando mí padre nos dejó solas en casa. Él aseguró que
sólo fueron diez minutos, para nosotras fue una eternidad. Desde entonces Zaida
tiene el pelo canoso y yo…, bueno a mí, veinticinco años después, siguen
tratándome los psiquiatras.
Fue por la
noche, mientras el ascensor nos dejaba en el cuarto piso. Papá se acordó que no
había comprado para la cena. Nos dejó en la cocina, terminando los deberes.
-
Chicas,
vuelvo enseguida, se nos ha olvidado comprar pan y huevos. ¿Os puedo dejar
solas? Serán solo cuatro minutos- Era la primera vez que nos dejaba un ratito
solas.
-
Vuelve
pronto papi, tenemos hambre y no queremos estudiar más- le dije mientras le
daba un beso.
Nada más que
salió por la puerta dejamos los libros a un lado, empezamos a jugar, a decir
bobadas y a reír.
Fui yo la
primera que lo oyó. Una puerta se abría y cerraba sola.
-
Mira
a ver tú, que eres más valiente- no sé cuál de las dos lo dijo.
Asomamos la
cabeza, no se veía nada, oíamos la puerta moverse, al fondo una luz que parecía
querer iluminar enseguida se apagó.
Encendimos
nuestra la luz, salimos al largo pasillo, que aún nos pareció mas largo, y
vimos como la puerta del fondo, la del baño, se abría y se cerraba de golpe.
Varias veces, como si alguien dentro estuviera muy enfadado. Mí prima y yo, asustadas,
nos abrazamos.
Fiiiiiiiuuuuuuuuu,
fiiiiiiiiiuuuuuuuuu, fiiiiiiiiiuuuuuuuuuu. Silbaban como para asustarnos o seducirnos.
En una
ocasión mí hermano Derek, más mayor y más chinchoso y mentiroso, nos contó la
historia del susurro del viento.
-
Si
un día escucháis su silbido, si oís que os llama, no hace falta que huyáis, os atrapará
igualmente. Se transformará en vuestra fobia y no parará hasta llevaros con él.
-
¿Que
es una fobia Derek?- le pregunté.
-
Lo
sabrás cuando la veas.
El pasillo comenzó
a alargarse y estrecharse, se movía, nuestros corazones parecían querer salirse,
nuestras almas querían escapar. Era el viento que venía a buscarlas.
Fiiiiiuuuuuuuuuu,
Zaaaiiiiiidaaaaaaa, fiiiiiiiuuuuuuuuu, mí prima estaba aterrorizada- no, no,
no, no- gemía. Oíamos como nos llamaba, susurraba nuestros nombres con tal
poder de atracción que yo no podía mover un músculo, sólo desear que todo
terminara pronto. La puerta se abría y cerraba, se encendió otra vez una leve
luz que apenas iluminó pero que me sirvió para ver una sombra cruzar hacia
nosotras. Mí prima Zaida acurrucada en el suelo ya sólo balbuceaba.
En un atisbo
de lucidez se levantó y consiguió abrir la puerta de las escaleras, dio la
vuelta, me agarró del brazo y tiró de mí. Salimos al rellano, Zaida llamó a los
vecinos de enfrente, nadie contestó, yo, presa del pánico, con miles de
arácnidos persiguiéndome, dejé cerrar la puerta de casa.
-
Aaaaaahhhhh-
gritamos.
Estábamos solas,
asustadas, descalzas, heladas de frío, muertas de pánico. Llorábamos cuando el
ascensor comenzó a subir, se paró en nuestro piso y se abrió la puerta interior.
Pensamos que era papá pero no salió nadie. Me hice pis encima. Importándome ya
nada, abrí la puerta. Aliviadas entramos y bajamos al cero. Entre el piso dos y
uno, el ascensor se paró, se apagaron las luces y el viento volvió a llamarnos.
Volvimos a gritar, más fuerte, más veces, más horror. Enseguida el aparato
volvió a ponerse en marcha y llegamos al portal con la cara desencajada y
tiritando de miedo. En ese momento papá entraba de la calle y todo terminaba. Nos
explicó que esa noche se había levantado viento, con la ventana abierta la
corriente de aire movía la puerta, un vecino encendía la luz de su casa y reflejaba
en nuestro baño.
Papá me dijo
que yo había sufrido alucinaciones, que las enormes arañas que había visto y me
habían atacado sólo eran fruto de mi imaginación, creadas por mí mente debido
al miedo, que las picaduras que tenía me las provoque yo misma.
Mi prima
Zaida jamás contó que le ocurrió, nunca más habló de ese día, su pelo se
transformó y su carácter se volvió más taciturno. No se acerca a los chicos más
de lo necesario. Le salieron moratones que papá dijo también fueron producto
del pánico.
Yo no fui
capaz de perdonar a mi padre y menos cuando me enteré que sólo había sido una
broma suya con la intención de ver nuestra reacción y poder escribir una
historia de terror para un concurso.
Odié a mí
padre desde entonces. Por eso, días después, preparé aquello, una bromita, le
dije mientras tirado en el suelo se apretaba el corazón. Me pinte, me despeine,
me vestí con una túnica blanca, desconecte luces, usé una pequeña linterna para
alumbrarme y arrastrándome me aparecí ante él igual que aquella chica de una
película china. Se asustó tanto, tuvo tanto miedo, que le dieron tres infartos
seguidos, murió con los ojos desorbitados. Él viento fue mí cómplice, me ayudó
con los efectos de sonido y con otras cosas que no creeríais.
Por eso sigo
aquí encerrada. Los médicos no confían en mi cura. Tienen razón, el viento
sigue llamándome, susurra mí nombre, viene a buscarme y no me devuelve al
sanatorio hasta atrapar más almas con las que silbar.
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