Desde bien pequeño le habían gustado los
peluches. Por eso en los ocho años que tenía de vida había acumulado gran
cantidad de ellos pues siempre que había ocasión, quienes le conocían bien, le
regalaban uno. A sus padres además les hacía mucha gracia esa manía suya de
quitarles los ojos. Si, absolutamente todos sus peluches ya fueran osos,
perros, ranas, leones... estaban sin ojos. Tardaba apenas unas horas desde que
se lo regalaban en arrancarle los ojos y hacerlos desaparecer. La verdadera razón
era que a él no le gustaba como le miraban aquellos adorables y tiernos
muñecos. Cada vez que llegaba uno nuevo a casa sentía un enorme cosquilleo dándole
la oportunidad de que le mirara diferente, pero nada, no había manera. Al cabo
de un rato tenía que acabar con aquella molesta mirada.
Y ahora tendría que tomar medidas nuevas,
ya que su hermano pequeño esta mañana desayunando le había mirado exactamente
igual que sus peluches.......
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