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martes, 18 de diciembre de 2018

"LA DAMA DE LOS ABALORIOS" (Autor: RAMIRO PINTO)


DOÑA NIEVES E. GARRIDO
"LA DAMA DE LOS ABALORIOS"

Este relato fue escrito para la sección "poniendo historias" que cada mes se propone desde los encuentros de CUENTO CUENTOS CONTIGO. En este caso los relatos debían estar inspirados en la foto que se adjunta y que pertenece a una seguidora de esta actividad, Nieves E. Garrido. 
Entre todos los enviados, fue este relato del escritor Ramiro Pinto el elegido por ella.

Cuando caen los copos del tiempo, como los de la… Igualmente quedan derretidos. Así la dama dama se queda mirando al otro lado del espejo, desde donde una foto cuenta su historia, o la pequeña narrativa de un collar, que sin embargo es el juego de abalorios. Sí. 
Han quedado grabadas las palabras invisibles en el rostro, aquel que surcan los átomos de los años que han pasado, de cada mes, de cada minuto que se hacen piel de toda una vida. El pelo blanco como la… Igual que la historia que sucede y pasa, pero alguien la cuenta para que otros la inventen y quede. De alguna manera se sujeta en el presente. Como cuando a la dama dama se le cayeron las bolitas del collar y un niño las fue a recoger. Una a una, como si fueran segundos convertidos en carámbanos que cuelgan de la existencia. 
El tic tac de los relojes parados suena en forma de silencio, dejan sus huellas los cada momentos derretidos, cada paso dado en la… Pero toda historia tiene su cuento y todo contar un sentido: Llaman a la puerta y nadie abre, porque no hay nadie, porque no hay puerta, porque nadie llama. Queda la foto de una mujer con una sonrisa enmarcada en un juego de abalorios que nadie sabe cuál es. Una bolita y otra se colocan en un hilo. ¿”El collar de las palomas”? Donde el amor nace de las palabras y llega a la persona que escucha, que lee. “Me he enamorado de tus palabras”, dijo el viento al eco. Y añadió que luego se enamoró de él. Colocándose una bolita de cristal al lado de otra, como lo hacen las letras cuando adquieren sentido y también cuando no lo tienen. 
Y se abre el telón, porque las fotos son el escenario donde los personajes también son un teatro de polichinela, cuando actúa todo aquello que rodea la imagen principal. Un mapa que constata la visión que se pierde, pero sin embargo se quiere guardar y se abre y cierra a la vez la rejilla de Amsler, en donde las pupilas cantan como lo hace un ruiseñor en su jaula pidiendo el cielo, pero le damos alpiste y ponemos gafas a la vida, ojos al rostro, semblantes a las fotografías. 
Con los abalorios se hace un juego de espejos, porque una pieza y otra parecen la imagen común sin ser la misma. Y en la foto salen otros rostros, con otras imágenes retratadas, que nadie sabe quiénes son, excepto la que sale delante de la foto, la que lleva en sí el juego de bolitas del collar, directora de la orquesta de su propia historieta de aire, de fuego y de cristal. Una historia por contar. ¿Veis que es posible que haya historias invisibles? Sólo la pueden contar los trovadores con palabras de silencio, como las que no se oyen al igual que cuando cae la… sobre el campo y las aceras. 
Las pisadas dejan su huella, en los tomos de la enciclopedia que también se asoma Y libros que no sabemos cuales son, pero están repletos de frases, de fotos, de autores que quieren gritar al mundo, como el rostro de los abalorios, para decir algo que ha quedado escrito en su forma de posar, y lo mucho que pudiera escribir como piezas de un adorno que al pender del cuello caen en las hojas de papel y alguien habrá de recoger, igual que el niño fue cogiendo las bolitas que volvieron a ser colocadas en un hilo. 
Una esfera de madera del respaldo de la silla, un pedacito de hoja de una planta que parece que se cuela para salir en la imagen, forman lo que aparece un puzle de visiones. Porque el juego de los abalorios no existe, sin embargo es toda una ciencia de cuentos y poemas que recitar en la ciudad de Castalia. 
Y el anillo en la mano que se apoya en el tiempo, llena de esfuerzos labrados se guardan en ella. La mesita, siempre tan desapercibida, escondida en su cotidianidad. Cubierta de un pañito de ganchillo con la forma que dan las manos al dibujar sus caminos de hilos que se entrecruzan para tejer un mándala de artesanía. Todas las cosas se relacionan como la adivinanza de los abalorios, siendo el collar y el rostro el centro de un universo, quieto, sobre el cual giran las cosas que desembocan con sus planetas y alegorías en la imagen del retrato. 
Es curioso que una foto dentro de una foto se relaciona con un semblante, que hace del aire de la cara una sonrisa, donde se unen recuerdos, familia, ausencias, siendo el sendero de todos esos trocitos de gestos y pensamientos que sienten más allá de lo que es su ser retratado, recogido en la mirada, en la mueca que parece que es una sonrisa sin más, pero que son miles de sentimientos sumados a uno que creemos ver, que atisbamos, que intuimos, que sospechamos, que ignoramos porque ¿qué sabemos sobre el color de los sueños?, ¿acaso la sombra no tiene una luz que la espera? Por eso la dama es la dama dama, pues se repite y se repite siendo ella el collar de los abalorios del tiempo. 
¿No es la… una suma de millones de copos de…? Y ninguno queda. Vemos su color nada más, porque ellos forman el abalorio de las… que recorren sobre su blancura los trineos, con Papá Noel y Santa Claus. Una cadena de piezas que se unen en torno a un rostro de quien fue nieta, hija, esposa, madre y luego da hijos, nietos, futuros seres que serán madres y padres, abuelas y abuelos. Son los abalorios que no existen, porque no salen en la foto, pero están, acompañando al rostro retratado. Toda la foto es una pieza que unida a otras da lugar a un collar colgado en la mirada.
 Cada bolita pudiera ser un planeta que unidos a otros formen un universo guardado en la cara de quien sonríe con los labios de rosado carmín. 
La foto captó la mirada, y ésta enfocó a la cámara que sacó los ojos que miran a quien la mira sin que haya nadie detrás, hasta convertir la visión en palabras, de la misma manera que la… se convierte en hielo y el hielo en agua y el agua en nube y la nube en lluvia y la lluvia en barro y el barro en huella y en Hombre moldeado y el molde se convierte en Paraíso, y el Paraíso en manzana. Hasta que un día… y todo se cubre de blanco para que la tinta deje su huella. 
Es una huella invisible, que no tiene nombre porque no se nombra, ni el niño que coge los abalorios sale en la foto, ni quien la hace y si quien ha sido retratada se fuera a la luna, la foto seguirá en nuestras manos, para jugar, para inventar historias blancas como la… y saber, sí, de esta manera, quien es…, la dama de los abalorios. 
PROTAGONISTA Y ESCRITOR 

1 comentario:

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