Las piedras aún no habían despertado en la resaca del riego que adecentaba el empedrado antes de que el amanecer se filtrara por las callejas, cuando las jaimas enarbolaron sus alerones multicolores, privando al incipiente sol de mostrarse sobre la plaza, ávidas de recibir en su sombra el glamour de los campos cercanos.
El chirriar de los ejes de los carros se podía sentir ya cercano, traspasados los fielatos que obligaban al diezmo de las mercaderías que acudían a la ciudadela.
Ápate desembocó en el mercado dejándose llevar por la marea de mercaderes, con su vetusto zurrón de lana y aquella maletina negra que siempre le acompañaba.
Buscó un espacio sombrío, su condición de pordiosero le impedía el confort de una sombría carpa. Se decidió por un sitio cercano a una pareja de contorsionistas, deducía que las artes de aquellos danzantes atraerían más público.
Dejó con suavidad la maletina negra en el suelo, y con sumo esmero manipuló sus goznes.
Asteria abrió sus diminutos ojos azules, la luz, siempre le emocionaba la luz. Sintió como las manos de Ápate la extraían de aquel enmohecido sarcófago, se sintió viva una vez más.
Ápate le peinó su enriscada melena, alisó su corroído vestido blanco de paño, y con extrema delicadeza estiró sobre el suelo los hilos cosidos a su cabeza, a sus manos, a sus pies.
Asteria sabía que una nueva función iba a comenzar, un estado de excitación recorrió su cuerpo de trapo, no reconocía el lugar, nunca habían actuado en aquel mercado, y eso la intranquilizaba, no le agradaba que algo saliera mal en ningún primer debut.
Esperó a que el fondo de un largo raso negro la dejara a solas con el público, escuchó detrás de si la voz teatral de Ápate: "Señoras y Señores! Damas y Caballeros! Doncellas y escuderos! Acérquense a conocer el bello drama de la joven Asteria!
Asteria, de memoria, inició la danza marcada por el son de los hilos.
Todo pasó demasiado rápido...se sobresaltó cuando un fiero perro irrumpió entre en público, para, seguidamente, encogerse de pánico cuando las fauces del can se abrieron sobre su diminuto ser.
Se hizo la oscuridad.
Asteria sintió el desgarro de los hilos que siempre la acompañaban, atraída hacia un habitáculo visceral que la engullía. Entendió que debía poner en práctica todo aquello que había aprendido en decenas de años exhibiéndose en los feriales, si no quería perecer entre aquellas tripas rabiosas.
Hola! Soy
Anubis, un excelente ejemplar, rojo mirlo, de Border Collie, un entusiasta
perro de trabajo, que a diario me encargo de vigilar y recoger las ovejas de
Gelos, mi simpático, atractivo, y despistado amo.
Hoy es domingo, hay mercado en el pueblo, y ambos nos estamos emperifollando, Gelos para cortejar a las tenderas que acuden de las aldeas cercanas; servidor, para presumir ante los canes callejeros que rastrean los puestos. Por ello mi amo se ha duchado en el tanque de lavar la ropa, se ha embadurnado de aceites que huelen unto requemado; a mi me ha cepillado exhaustivamente, y me ha puesto la reluciente correa de cuero repujado.
Guau! El mercadillo está repleto de titiriteros con motivo de la fiesta patronal, presiento que nos vamos a divertir.
Mi amo se ha hecho sitio ante el gentío que se arremolina frente a un telón de raso negro, tras el cual una voz de ultratumba narra el drama de la bella Asteria, a la que, unas manos invisibles, tienen atenazada con fuertes cuerdas.
Hoy es domingo, hay mercado en el pueblo, y ambos nos estamos emperifollando, Gelos para cortejar a las tenderas que acuden de las aldeas cercanas; servidor, para presumir ante los canes callejeros que rastrean los puestos. Por ello mi amo se ha duchado en el tanque de lavar la ropa, se ha embadurnado de aceites que huelen unto requemado; a mi me ha cepillado exhaustivamente, y me ha puesto la reluciente correa de cuero repujado.
Guau! El mercadillo está repleto de titiriteros con motivo de la fiesta patronal, presiento que nos vamos a divertir.
Mi amo se ha hecho sitio ante el gentío que se arremolina frente a un telón de raso negro, tras el cual una voz de ultratumba narra el drama de la bella Asteria, a la que, unas manos invisibles, tienen atenazada con fuertes cuerdas.
¿Cordelitos a mi?, a un Border Collie
acostumbrado a intimidar a los lobos hambrientos que osan procurar los corderos
de mi amo?
¡Ni me lo pienso! Doy un decidido tirón que pilla desprevenido a mi amo y ha soltado la cadena con la que me lleva sujeto cuando bajamos al pueblo, sabedor de mi facilidad para escabullirme de su presencia en busca de aventuras inciertas.
Estoy libre y ansioso de liberar a la bella Asteria, aprisionada entre esos hilos que la manejan a su albedrío.
De un salto afronto la corta distancia que me separa de esta afrenta, mis afilados caninos rasgan los cáñamos que la prenden y protejo dentro de mi a la frágil y pequeña criatura.
A mi alrededor la gente deshace el semicírculo expectante, entre vocablos de atemorizada sorpresa. Gelos cae aturdido al golpearse con mi cadena cuando se lleva las manos a la cabeza, presa de horrorizado estupor.
Erguido sobre mis patas me siento el héroe del mercado. Mi entusiasmo da paso a un retador gruñido cuando, tras la tela negra, un harapiento hombrecillo aparece amenazante con un palo en ristre.
¡Ni me lo pienso! Doy un decidido tirón que pilla desprevenido a mi amo y ha soltado la cadena con la que me lleva sujeto cuando bajamos al pueblo, sabedor de mi facilidad para escabullirme de su presencia en busca de aventuras inciertas.
Estoy libre y ansioso de liberar a la bella Asteria, aprisionada entre esos hilos que la manejan a su albedrío.
De un salto afronto la corta distancia que me separa de esta afrenta, mis afilados caninos rasgan los cáñamos que la prenden y protejo dentro de mi a la frágil y pequeña criatura.
A mi alrededor la gente deshace el semicírculo expectante, entre vocablos de atemorizada sorpresa. Gelos cae aturdido al golpearse con mi cadena cuando se lleva las manos a la cabeza, presa de horrorizado estupor.
Erguido sobre mis patas me siento el héroe del mercado. Mi entusiasmo da paso a un retador gruñido cuando, tras la tela negra, un harapiento hombrecillo aparece amenazante con un palo en ristre.
De
repente todo se convulsiona dentro de mi.
Anubis!
Anubis!
Nos
vamos al mercado!
Palabra
mágica esta para mi Border Collie, un inteligente perro pastor velador de mi
rebaño de ovejas.
Es
el último domingo de mes, único día que acudo al pueblo, en busca de ciertos
víveres y de ajenas pretensiones, aseado, de ropajes limpios y bien olido.
Debido
a lo poco hecho a la convivencia con otros humanos, y muy dado a la trastada,
motivadas ambas tesitudes por su estado de libertad en los campos, me veo
obligado a llevar a Anubis sujeto de una molesta pero reluciente correa que
aborrece.
Los
puestos están repletos de exuberantes frutas, hortalizas frescas, prueba de
ello los caracoles que ornamentan sus hojas; delicados enseres de cesterías y
cerámicas; cachivaches de barro y utensilios de hojalata.
Remendadores,
tachuelistas, mercachifles y toda arte de oficios y desoficios, se ven
aderezados de un ingenioso colorido promovido por la imaginería de
malabaristas, contorsionistas, trapecistas, y toda suerte de saltimbanquis.
Me
detuve, y digo en pasado por el lapsus temporal que he padecido, ante una
aglomeración de personas que prestaban atención a la narración del drama de la
bella Asteria.
Ignoro
cual fue la chispa que lo prendió en su interior, pero Anubis arrancó hacia el cajón
de madera donde una deshilachada marioneta interpretaba al personaje, sin que
yo anduviera vivo para sujetar la correa.
Ante
la incredulidad de los presentes Anubis se abalanzó sobre la muñeca de trapo,
desprendiéndose de los hilos que la sujetaban a la cruceta de madera que un
invisible ser manejaba tras una tela de raso negro, y devorando a la frágil Asteria
entre sus fauces.
Cuando
he recuperado todos los sentidos, tras haberme golpeado con la cadena del
chucho al llevarme las manos a la cabeza presa del pánico, un personajillo
intenta amedrentar a Anubis con un palo de negrillo, éste se encara al
hombrecillo con un gruñir retador.
Sucede
entonces que Anubis parece dejar de ser dueño de sus movimientos, inicia unas variopintas
cabriolas, impensables para un perro pastor: camina sobre una sola de sus patas
delanteras, se muerde el rabo en una voltereta mortal, gira sobre los cuartos
traseros en contorsiones imposibles...
La
muchedumbre aplaude, el andrajoso hombrecillo de la marioneta arroja lejos el
palo, se quita el sombrero y lo pasea entre la gente, sonriendo ante las
monedas que caen en su interior.
Desde
ese día, cada último domingo de mes, cuando las trompetilla del pregonero
anuncia la apertura del mercado, Anubis se escapa al pueblo sin esperarme, me
lo encuentro en el mercado haciendo el deleite de cuantos acuden, con sus
cabriolas, brincos y corcovas
Intuyo
que algo ajeno cobra vida en su interior.
Reconozco
una pletórica felicidad en su mirada.
Nunca
más se vio por el mercado, ni en el pueblo, al hombrecillo de la maletina
negra.
(FOTOGRAFIA DE ALEJANDRO NEMONIO ALLER)
El autor del relato recibiendo de manos de la mantenedora del encuentro "Cuento Cuentos Contigo", Julia Alvarez, el certificado acreditativo de relato elegido dentro de la sección "Poniendo Historias" del pasado día 14 de junio de 2019