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miércoles, 4 de noviembre de 2015

"ABRAZO A LA NATURALEZA" (Autora: JULIA ALVAREZ)

Nos fuimos a dormir nerviosos aquella noche pensando en la excursión del día siguiente. Todo estaba preparado para salir a la primera hora sin que aún hubiera amanecido; el recorrido en coche no era muy largo, apenas tres cuartos de hora.
Sonó el despertador a las cinco de la mañana. Duchas a la carrera, un café para despejar y con las mochilas a cuestas nos dirigimos al punto de encuentro. Eramos un grupo de veinte personas.
Por fin llegamos al inicio de la ruta. Las brumas impregnaban el paisaje en aquella mañana fría de finales de septiembre, le daban un halo fantasmagórico. Comenzamos a caminar con ganas a medida que las luces del amanecer iban dejando atrás las oscuridades nocturnas. Ante nosotros un sendero no muy angosto, entre prados delimitados por tapias de piedras antiguas, árboles de alto porte. Y los sonidos de las primeras horas del día: los pájaros, los cencerros de las vacas que ya pastaban, el ladrido de un perro, e incluso a lo lejos la berrea de los ciervos. Todos en silencio para no perder ni un detalle. El camino se estrechó, en fila india íbamos cuando de pronto se oyó:
.- Ohh, qué maravilla!!!!
Era el primero de la marcha, el que conocía el recorrido y nos guiaba. La estrechura de la senda se abría y todos nos agolpamos ante un espectáculo sin igual: los rayos del sol se filtraban entre los jirones de niebla y los árboles dejando ver un inmenso claro. La paleta de colores otoñales lo inundaba todo: naranjas, amarillos, ocres, rojos... deslumbraban ante nuestras miradas atónitas. Nadie se atrevió a hacer una foto por no romper la magia del momento. Eramos la naturaleza y nosotros, sin más. Respiraciones hondas para recuperar el resuello y oxigenar los pulmones.
Seguimos adelante hasta alcanzar un grupo de árboles, eran ejemplares centenarios, cargados de sabiduría. No sé cómo entre todos rodeamos uno de ellos con un tronco enorme, nos dimos las manos y lo abrazamos. Fue un gesto espontáneo. De nosotros brotaba la necesidad de fundirnos y recibir la energía de los siglos. Nadie pronunció ni una palabra, pero la comunicación y la emoción eran intensas.


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