El barrio está bonito, claro que lo está, pero ya no son las calles por las que yo me críe, la contaba en forma de improvisado guía, al que se le lanzan los recuerdos.
Donde antes estaba el zapatero, ahora hay un bar de tapeo muy a la moda , la tienda de ultramarinos desapareció, la frutería tres cuartas de lo mismo, ahora son sendos bares de tapeo donde el exceso de volumen de la música, tapa las conversaciones, lo mismo pasó con el sastre, el relojero , el kiosco...
Donde estaba el bar, ahora hay otro bar, pero ya no se escuchan las fichas del dominó repiquetear sobre las viejas mesas de formica, ni cantar las veinte en bastos, o darse un mus. Ahora no.
Las calles bien iluminadas, ya no hay un rincón donde darse un beso a salvo de miradas ajenas, donde huir a sentarse y pensar, para resguardarse en aquellas noches de juegos a las escondidas, o fumar un cigarro tranquilo, incluso para vengarse, los rincones oscuros están llenos de historias, ahora hay demasiada luz.
En los suelos no hay dibujos con tiza...
Muy bonito el barrio, pero sin alma, demasiado bullicio, que engancha al que no tiene sus recuerdos desperdigados en cada piedra de cada casa, de este lugar.
Llegamos a una plazuela mas silenciosa, al no tener bares algo mas oscura, con el cielo adornado por los picos de la catedral y una luna que pretendía esconderse tras una ligera niebla.
Admirábamos la magia del momento, como estar dentro de una postal, y ella me pregunto que si lo oía, pero en aquel momento no entendía lo que me quería decir.
Y me di cuenta hoy, pensando en todo lo que había contado, que ella conocía tanto como yo.
Ahora te puedo responder, claro que lo oía, le oí respirar, quizá no le quede mucho de lo que fue, pero respira en nosotros.
Lo escucho esas noches en las que paseo solo o salgo ha hacer fotografías, las trapas de los negocios están bajadas, no hay gente, ni terrazas. Entonces es cuando le oyes respirar, un poco triste, pero hermoso, muy hermoso.
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