(Para ÉL, esté donde esté)
Él
unos doce años, larguirucho y nervioso. Ella cinco, con una risa contagiosa. Se
vieron por primera vez en la playa. Él nunca se separaba de su pequeña pelota a
la que daba vueltas entre sus manos obsesivamente, balanceando su cuerpo de
derecha a izquierda. Ella se unió a su baile rítmico y repetitivo. No hablaban,
solo se miraban y se mimetizaban en sus movimientos. De vez en cuando ella
escapaba corriendo hacia el mar y él la esperaba en la orilla, muy quieto, casi
rígido, sin levantar los ojos de su pelota. Cuando salía, él la seguía con la
misma expresión, y poco a poco volvía a sus obsesivos movimientos. Al final del
verano la niña que no entendía de falta de emociones, besó al niño, y él sin
levantar su mirada extendió su mano y le entregó su pelota.
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