Pronto se dio cuenta de que esta condición le dotaba de
una ventaja frente a los demás: Martina pasaba desapercibida para la gran
mayoría de la gente. Su condición y sus gustos la proporcionaban una discreción
tan grande que los demás no solían reparar en ella. Por eso enseguida se
dio cuenta de que podía observar sin ser observada. Podía mirar y escuchar
cuanto quería sin que aquello que miraba o escuchaba se viera alterado por su
presencia. Esto la permitía conocer a las personas tal como eran, ya que, en su
presencia, actuaban como si estuvieran solas. Así poco a poco, de tanto
observar, se convirtió en una gran sabia de la vida. Sabia en amores y
desamores, en enfados, en lágrimas, experta en conversaciones del alma,
en delirios y sueños, promesas rotas y cumplidas, anhelos, inquietudes, besos y
abrazos, miradas y caricias, acosos, amparos...Llegó un momento en
que su sabiduría sobre la vida era tan grande que sobrepasaba completamente su
pequeñez y Martina comenzó a sentirse sola, tremendamente sola.
Cuando ya no pudo con aquella carga, sin saber qué hacer
con ella, comenzó a caminar sin rumbo. Y caminó y caminó lejos, muy lejos,
mucho más de lo que lo había hecho antes en sus sencillos y pequeños paseos. Y
llegó más allá de dónde había estado nunca. Caminaba con la cabeza baja y la
mirada en el suelo, pues aquella carga pesaba tanto que no le dejaba hacerlo de
otra manera. Pero llegó un punto en el que el camino se acabó. Martina vio un
inmenso vacío ante sus pies. Entonces se detuvo y levantó la vista. Había
llegado a un hermoso acantilado.
Martina se quedó absorta mirando aquella inmensidad azul
desconocida para ella. Era lo más grandioso que había visto jamás. Y, para su
sorpresa, no sentía ningún agobio ante aquel interminable azul, por el contrario,
entendió que toda aquella gran sabiduría que a ella le agobiaba se volvía
diminuta ante tremenda grandeza y sin pensarlo la vertió en el mar quedándose
completamente sosegada al instante.
Ocurrió entonces que el mar sintió a los hombres en todas
sus emociones y empezó a comprender y, agradecido quiso corresponder a Martina
regalándola una parte de su grandeza en forma de poder para asimilar cualquier
emoción por desmedida que fuera.
Y sucede que, desde aquel día, cada vez que Martina vive
una gran emoción, no se siente sobrepasada, simplemente su piel se torna de
color azul durante unos instantes y le invade una tremenda paz con la que
asimila y disfruta la grandeza de cualquier sentimiento...
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