La víspera de
aquel día Ángela estaba inquieta, sin saber porque, presentía que algo iba a
suceder.
En Ángela aunque
ya pasada la juventud, su rostro emanaba una belleza reposada, su figura recogida
le daba un aspecto diferente, su percepción espiritual era especial.
Aquel día, bañó
su cuerpo en esencia de flores, luego cepillo el cabello y se puso el vaporoso vestido
blanco que resaltaba su figura, acercó la silla a la ventana abierta, se sentó y
espero expectante la llegada.
Primer día de
luna llena, el aire tibio rozó su cara. La noche clara llega salpicada de
misterio.
La luna empezó a
verse, haciéndose más redonda y luminosa, a la par que se acercaba.
Ángela, fijo los
ojos en el centro de la inmensa claridad y después de un instante dejo de
parpadear.
Entrado el día,
se llevaron su cuerpo frío al tanatorio, le depositaron en una caja mortuoria y
la tenue luz de los velones de cabecera, alumbraban la pálida lasitud del
cuerpo con vestido blanco.
Durante horas, conocidos
y familiares la velaron entre incienso y oraciones. Quedando de noche cerrada
la funeraria.
Por la mañana al
efectuar los preparativos correspondientes, se descubre que el cuerpo no esta.
“No es posible”,
exclama un empleado. Se acerca otro y comprueba que la caja esta vacía. Acompañados
del encargado recorren las instalaciones, buscando al menos una explicación y
no encuentran nada.
Con gran revuelo
avisan a las autoridades. Con intención de averiguar lo sucedido, se indica a
un agente que se dirija a casa de la difunta.
En la puerta, el
agente con asombro, mira a la persona que abre
-¿Usted es…?
-Si- contesta
ella.
Fue interrogada,
se comprobó que el medico forense certifico fallecimiento por causa natural. No
hubo aclaración de los de los hechos.
Como testigo
mudo del enigma, en la habitación quedó el vestido.
Al cabo de un
tiempo, en el lugar que ocurrió, en corrillo se comentaba “…la luna que dejo aquí
su cuerpo y se llevo el brillo de sus ojos”.
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