Tercer domingo de primavera
en el hemisferio norte, otro día del señor, uno más en la colección; llevaba
parte de la tarde deambulando en el piso que ocupaba, enviando bombas a su
cerebro que explotaban una tras otra y lo dejaban en la misma situación de
abulia.
Harto de bombardearse decide
arreglarse y salir, pasear hasta la terraza de aquel bar cuyo nombre llama a
hurgar en parte de atrás de las cosas. El sol, está iniciando el descenso hacia
el oeste, le golpea en los ojos obligándole a hacer uso de las gafas de sol;
inicia el camino, despacio, sin prisa, respirando los olores, vigilando a los
viandantes, se coloca los auriculares para, durante el trayecto, escuchar una
entrevista radiofónica a un neurocientífico y neurólogo:
“Buenas tardes, hoy se
encuentra en nuestro estudio una persona que ha dedicado su vida al estudio del
cerebro, órgano de aproximadamente dos kilos; que nos organiza y desorganiza la
vida.
.- ¿en todos los humanos el
cerebro trabaja de la misma manera?
“Los humanos tenemos
patrones biológicos similares y el funcionamiento es prácticamente idéntico,
nos cambian las experiencias, el ambiente, …
.- ¿Funciona de forma
independiente a nuestra conciencia o nuestra alma?
.- Los científicos pensamos
que tanto lo que llamamos “alma” o “espíritu” es producto de la actividad
neuronal, solamente desconocemos los mecanismos que los producen …..”
Mientras escucha la
entrevista llega a la calle que se dice ancha (no más de ocho metros), lo que
refleja las estrecheces con las que se vivía en un pasado no tan lejano.
Comienza a subir la cuesta, suave, cómoda; apaga el reproductor para dejarse
invadir por los estímulos externos; grupos de personas pasean arriba y abajo;
jóvenes, mayores, familias, ruidos de conversaciones, de pasos presurosos o
calmos, de jóvenes a la caza del amor y viejos que lo recuerdan como un sueño.
A esta hora el sol se alinea
con el trazado de la calle y la refracción y reflexión de sus rayos le dan un
ambiente mágico, los rayos rebotan en paredes y escaparates; paredes de piedras
de palacios de antaño, que reflejan en oro; piedras de casas burguesas, en
rosa, sombras delineadas, borrones de vida. La luz lo atraviesa todo creando un
paisaje ligeramente fantasmagórico, desdibujado en su luminosidad.
Llega al bar, abre la puerta
de madera y cristal, se dirige al mostrador y, tras dar las buenas tardes,
pide:
.- Un café, sólo, largo, con
hielo y en el hielo un chorro de ron negro, por favor
.- ¿Qué ron le pongo?
.- Cualquiera que sea negro.
.- ¿Este mismo?
.- Sí, ese mismo.
.- ¿cuánto es?
.- dos euros.
.- Aquí tiene.
.- Gracias
.- A ti.
Sale a la terraza, ocupa la
mesa de siempre y la silla de siempre, sillas y mesa de bambú, esta con tapa de
madera de pino. Se coloca con la vista hacia la calle; a su izquierda el
trazado casi completo de la misma, a la derecha la plaza que circunda la
catedral de esa ciudad.
Se sienta, lía un cigarro y
comienza a disfrutar del café y a mirar a los transeúntes, distingue turistas
de autóctonos, locos de cuerdos, tristes de alegres, soñadores de realistas,
pacientes de presurosos, …, es su entretenimiento, su forma de reconocer la
vida.
Transcurre el tiempo y
observa a una anciana nonagenaria acompañada de una mujer más joven
(posiblemente su hija), se dirigen hacia donde está, sentándose y ocupando las
sillas y la mesa que se encuentran a su izquierda. La señora mayor se sienta a
su lado, la más joven en el más lejano.
.- Buenas tardes,
.- Buenas tardes.
.- Le importa si nos
sentamos a su lado.
.- No, por supuesto que no.
.- Que tarde más agradable
tenemos hoy.
.- Sí, realmente agradable.
.- ¿Es usted de aquí?.
.- Sí y no, vivo aquí en la
ciudad, pero mi origen es otro, soy de un pequeño pueblo no muy lejano.
.- Ahh, Yo también soy de un
pueblo, pero ya llevo viviendo en esta ciudad más de setenta años. Tengo
noventa cuatro.
.- Pues se conserva usted
muy bien, desde luego no los aparenta.
.- ¡Mama!, no molestes al
señor.
.- No molesta nada señora,
al contrario.
.- Hija, de verdad, que
impertinente eres. No ves que es un buen chico. No le haga caso a mi hija, es
un poco pesada, no le gusta que trabe conversación con desconocidos, dice que
soy una pesada. ¿Le parezco una pesada?
.- No, de momento no.
.- Sabe, yo vine a la ciudad
hace setenta y cuatro años, con veinte, recién casada. Llegamos, mi marido y
yo, cargados de ilusiones y esperanzas. Abandonamos el pueblo buscando una vida
mejor. ¡Ay mi marido!, que bueno era. Me dejó sola hace cuarenta años, la
enfermedad se lo llevó cuando solo tenía 56. Llegamos con una mano delante y
otra detrás, pero él era muy hábil, mientras trabajaba de dependiente en una
tienda de ropa se sacó el carné de conducir, después consiguió una licencia de
taxi y comenzó a trabajar como taxista.
.- ¡Mamá!, que al señor no
le interesa nada tu vida, le estas aburriendo y molestando.
.- Perdone, sí me interesa.
.- Ves hija, es un buen
chico, ya te lo decía yo, se le ve en la cara. Bueno, como le decía, llegamos y
al poco el mi Manuel consiguió la licencia de taxista, se compró un coche y
comenzó a trabajar. Trabajó como un burro, yo me dedicaba a las labores del
hogar y a los niños, en los primeros seis años de matrimonio tuvimos cuatro
hijos, dos chicos y dos chicas, durante un tiempo todo fue así, pero en el
momento que empezaron a crecer, el Manolo, que era muy moderno dijo que me
tenía que poner a trabajar y con unos ahorros que teníamos me puso una tienda
de ropa para mujeres. Todavía recuerdo una vez que viajamos a Barcelona para
comprar ropa interior, lo pasamos muy bien y el negocio fue redondo,
conseguimos un precio estupendo por la partida de ropa; es que el mi Manolo era
muy buen negociante. También era muy buen amante, ¿sabe?
.- No, no lo sabía (sonríe).
.- Sí, era muy bueno, me
quería mucho y me trató, siempre, muy bien. Qué pena que se me muriese tan
joven.
La mujer siguió desgranando
toda su peripecia vital Como sacaron adelante la tienda, como sobrellevo la
pérdida de su marido, como continuó trabajando hasta la jubilación y, sobre
todo, como, aún hoy, echaba en falta a su hombre.
.- Y usted, ¿está casado?
.- No, estoy separado.
.- Lo ves mi niño, lo ves,
siempre uno se va y el otro se queda llorando; sea por el motivo que sea. La
vida es así.
.- Mamá.
.- ¿qué?
.- Es tarde, debemos irnos
para casa.
.- Vale. Bueno caballero, ha
sido un placer charlar con usted.
.- El placer ha sido mío
señora. Me ha resultado muy agradable la conversación.
.- Bueno, cuídese y que todo
le vaya bien, hasta otra.
.- Hasta otra.
El sol ya estaba
prácticamente desaparecido y tras apurar un segundo café con hielo y ron, se
levanta y se coloca nuevamente los auriculares para acabar de escuchar la
entrevista, comenzando a caminar, fundiéndose con el anochecer, lo primero que
escucha es lo siguiente:
“………. el cerebro humano no
está preparado para ser feliz, está preparado para sobrevivir, evolutivamente
nuestro cerebro está concebido para ello; la felicidad como concepto solo
aparece una vez están cubiertas todas las necesidades de supervivencia ….”
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