La acidez de estómago,
estaba dándole la mañana. No podía evitarlo, era superior a sus fuerzas, pero
no había más remedio. Había que hacer aquella visita anual sin más demora,
llevaba medio año de retraso.
Que si este mes no puedo,
que si para el que viene no tengo ni un día libre, que si, que no, que vamos,
ponte ya las pilas y marca de una vez el número de teléfono. ¡Pide una cita ya
demonios! Luego vendrá Paco con la rebaja por no haber hecho las cosas a su
debido tiempo.
Inspiró profundamente tres
veces, lo mismo que hacía en las clases de yoga, como es natural, también
expiró otras tres, de lo contrario hubiera reventado, claro, que pensando en el
día D, pues… ¡Bueno amiga que es para hoy! Se dijo, alentándose y dándose
fuerzas.
Al fin marcó el número. –
De acuerdo, el próximo 25 de agosto. Apuntó en su agenda el día D. Suspiró.
Bueno, de aquí al 25 de agosto.
Y casi sin darse cuenta,
allí estaba, en el potro de tortura, desnuda de la cintura para abajo, con las
piernas abiertas, agarrada a la camilla como si sus manos fueran raíces.
Entonces, mirando para el techo, descubrió a un Adonis musculado que la miraba
algo lascivo, dispuesto a lamerle el miedo y algo más.
Sus hercúleos brazos
acariciaban su sexo y le fue entrando un dulce hormigueo que se extendía desde
las uñas de los pies, hasta el último pelo de su cabellera. Aquel Adonis, fue
sacando de ella mucha sexualidad contenida.
- ¡Bien, esto está de
maravilla! La voz de la ginecóloga vino a sustituir a Adonis. Bajó del potro
con rilera de piernas.
- ¡Vaya idea, la del
cartel en el techo! Es usted una lince.
- No es la primera que me
lo dice.
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