(Esta fué la original propuesta para la sección "Poniendo historias" lanzada por el escritor P.J.CHELMICK y el relato "trazos de amor" el elegido por él para representarla)
Conoció a Isabel en el sur, cuando ambos coincidieron
como temporeros en la campaña de recolección de aceitunas. Lanzarse a su
conquista no le había resultado fácil, pues era tan atractiva y encantadora que
la mayoría de los hombres del campamento intentaban ganarse sus favores. Pero,
acostumbrada a que coquetearan con ella, Isabel mostraba escaso interés por
casi todos ellos. Manuel no sabía escribir, pero un antiguo compañero de
trabajo le había enseñado a trazar todas las letras, así que se le ocurrió que
si lograba dibujar con ellas todos los pensamientos y sentimientos bonitos que
Isabel le inspiraba ella sería capaz de leer las palabras que quería transmitirle.
Así comenzó a escribirle un poema cada noche que le daba discretamente a la mañana
siguiente durante el desayuno. Isabel no sabía leer y la primera vez que Manuel
se la acercó con un papel diciéndole «te he escrito un poema» no fue capaz de
decírselo por miedo a alejarle. Se había fijado en él desde que lo vio el
primer día. Era diferente a los demás, discreto, educado, suave en las formas y
atractivo, tremendamente atractivo. A diferencia de los otros muchachos no
había intentado propasarse con ella, ni la había acorralado o acosado en ningún
momento. Por eso, al recibir el primer poema le había dado un vuelco el corazón
al saber que él también se había fijado en ella. Por eso lo aceptó con su mejor
sonrisa sin confesar su ignorancia. Desde entonces cada día al despertar Manuel
se acercaba con un nuevo poema convencido de que Isabel era capaz de leer en
ellos todo el amor que sentía por ella, pues cada vez era más tierna y cariñosa.
Pasaron los meses y al terminar la
temporada de recolección Isabel y Manuel se casaron antes de abandonar el
pueblo en busca de un nuevo trabajo, esta vez en pareja.
Se asentaron en un caserío cercano donde
los dueños les dieron trabajo como guardeses y mozos para cualquier tarea. Cada
noche, sin faltar una, Manuel dibujaba con letras un poema de amor para Isabel,
que emocionada descubría el sentimiento en cada trazo del mismo. Se amaban
profundamente y eran muy felices, hasta que unos meses después Isabel se quedó
embarazada.
El parto les sorprendió en medio del bosque
cuando regresaban a su hogar tras haber sido expulsados del caserío antes de
que el embarazo llegara a término para no tener la carga de un bebé que les
quitara tiempo y mermara su capacidad de trabajo. El parto fue muy costoso.
Isabel murió nada más nacer su hijo. Destrozado por la pena y totalmente
abrumado Manuel se sentía incapaz de criar al bebé sin ayuda. Tomando una
difícil decisión ató al cuerpo del pequeño los poemas que había escrito a su
madre para arroparlo con todo lo bueno que había en su vida, lo envolvió en una
camisa y lo abandonó en un cubo de basura del primer pueblo que encontró en su
camino con la esperanza de que alguien bueno lo encontrara. Escondido esperó
hasta que así fue y se marchó derrotado pero con cierta sensación de paz tras
ver la cara de felicidad de aquella mujer con su recién nacido en los brazos.
María podía haber tirado la basura como
todos los días, con el gesto mecánico de levantar la tapa del cubo y vaciar su
caldero sin más, pero no fue así. Esa noche el azar, el destino, la providencia
o como cada uno quiera llamarlo quiso que tirar la basura fuera un acto
plenamente consciente de su mente. Por eso aquel bulto envuelto en tela llamó
su atención nada más levantar la tapa, haciéndole pensar que no se trataba de
una basura habitual. El leve movimiento de la tela la hizo temer que hubiera una
rata o cualquier otra alimaña bajo la misma, por eso buscó un palo que pusiera
distancia entre aquello y su mano y con su ayuda levantó la tela con sumo
cuidado. Su cara se iluminó al descubrir un bebé acurrucado, completamente
desnudo, con un fajo de papeles atados a su cuerpecito a modo de envoltura. El
pequeño abría y cerraba las manitas como intentado tocar a alguien.
Fue fácil quedarse con el bebé. En un
pueblo tan pequeño, perdido en la montaña, donde todos se conocían y nadie
sabía a quién podía pertenecer la criatura fue casi un alivio que María y su
marido se hicieran cargo del pequeño. Así pues lo arroparon con su pobreza y
todo el amor que tenían guardado, pues en once años de matrimonio no habían
logrado tener hijos. El niño creció feliz, ayudando con los animales y el
huerto que les servían de sustento y jugando y acudiendo a la escuela con los
demás muchachos del pueblo. Sus padres nunca le ocultaron su procedencia, pero María,
que al igual que su marido no sabía leer, fingía delante del pequeño mirando
los papeles que le arropaban cuando lo encontró e inventaba para él cada noche bonitas
historias que hablaban de cuánto se querían sus padres, de cómo deseaban su
llegada, del maravilloso barco que les llevaba por todo el mundo para comprar y
vender sedas, especias, joyas, libros, cerámicas, perfumes, de todas las cosas
que iba a aprender viajando con ellos... Fue así como María, sin saberlo, logró
que el amor dibujado en letras por Manuel para Isabel llegara también hasta su
hijo.
El niño creció y se convirtió en un hombre
preparado e inquieto que, alimentado por el amor de sus padres y por su deseo
de darle cosas buenas no había parado de estudiar para conocer ese maravilloso
mundo del que hablaban los papeles que recibió como herencia. En una de sus
visitas entre viaje y viaje, de regreso a casa para ver a sus padres encontró
por casualidad una arqueta que María guardaba en una alacena de la cocina. Al
destaparla reconoció al instante los papeles que no veía desde niño. Emocionado
intentó leerlos para recordar todas las historias que María le había contado
montones de veces, y fue entonces cuando comprendió la verdadera magnitud del
amor con el que había sido criado...
Y así fue como Manuel, sin saber escribir,
logró que su hijo sintiera el amor más grande que una persona puede llegar a
sentir, el de una madre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario