He pasado de verte a
mirarte con cierta sensación
de no pertenecer, de haber
dejado todo patas arriba,
con la misma intensidad
con que miro a los ojos de
los niños, cuando se
encuentra perdidos en sus
propios límites.
Si después de
deshojar la margarita de los
primeros sueños, ya el
mundo dejó de pertenecerse.
Escribo en mi cuaderno de recuerdos
mi viaje a “Ítaca”,
mi encuentro con lo fantástico,
que no es más que la forma desesperada de
buscar aquella leyenda
impresa en mí.
Con la ida de
los años , todo lo que soy
yo, ahora, no es más que un
vago ensueño, donde las ilusiones
y fantasías convertidas en enredaderas ceñidas
al alma , que te
atan más aquí, a
ese sueño de
realidad, caricatura del otro que
buscas con misterio y abandono.
Es así como te
conviertes en el héroe
de tu propia
soledad, como atas tu hatillo
para buscar la aventura en tu corazón ,
donde lo desconocido es tu
aliado, tu milagro, para recordar aquel que
serás.
Cuando el niño ha dejado de temer
a sus propios dragones, rompiendo las cadenas
de su esclavitud, atada a ese
dogma que lo agarra
desde que su
realidad le fue contada.
Mares de palabras
crean el sueño y
así ese castigo, dormido de la propia
superstición, anclados a puertos,
sueñan con un día más donde los
héroes vengan a redimir su alma.
Despertar de la
pesadilla y caminar a través de
la oscuridad, como semilla de
“loto”, así es su transformación.
El viaje “Odiseico” estalla en tu
propio pecho, el corazón crea su
interminable abismo, romper con
aquello que ya no es tuyo, sacrificar, a ese, que
no es más que nadie en la
cárcel de ahora.
La oscuridad lo envuelve
todo, nutre, a la semilla,
perdida en el alma
del mundo.
Los doce
trabajos del héroe envuelto en
la oscuridad de la noche
de la vida. La rosa creciendo entre espinas,
el manantial del conocimiento, la
fuente que mana,
el mundo del mañana, está ahí,
en tu
pecho, en tu corazón, desandar,
para volver a caminar.
El peregrinar en
busca de ese otro “yo”, más
allá del espejo.
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