Por fin sábado, no tengo que madrugar, la semana ha sido dura
y necesito un poco de tranquilidad. Es
sábado, sí, pero mi cuerpo está ya acostumbrado a despertarse antes de que
salga el sol, y a cada mañana mirando como amanece por la ventana.
Así que aquí estoy, a las 7 de la mañana en la cocina de mi
apartamento, con un café y un cigarrillo que se consume en el cenicero. Mi
mente está lejos de este lugar, del café de la cocina, de las camas aún por
hacer… incluso de ese odioso olor a tabaco que no soy capaz de dejar.
Estoy
en un bosque, mi bosque, de
repente los verdes luminosos han adquirido todo tipo de tonalidades ocres y cobrizas,
el espectáculo es maravilloso. Las hojas de los castaños y las hayas se han
secado, pero allí se sigue respirando aire limpio, no hay coches, ni humo, ni
ruido…. Los árboles se alinean en distintos caminos… puedes perderte entre
ellos o buscar la salida, como en un laberinto.
Una ráfaga de aire hace que un montón de hojas se desprendan
de las ramas; caen al suelo secas y sin
vida y al pisarlas… crujen bajo mis pies.
Adoro ese sonido que me relaja y
entristece a la vez. Empieza a llover. Las hojas se cubren de pequeñas gotas de
lluvia, parecen lágrimas, como si la vida llorara, entonces yo lloro también
con ella, con la vida. Con los que la
pierden en guerras absurdas que no han provocado, con los que huyen de sus
vidas por conflictos políticos o religiosos, por absurdas luchas de poder o territorio…. Con
los que viven sin vivir porque nadie les facilita la existencia…
Está amaneciendo, pero hoy no sale el sol… es un día gris de
esos de pijama y manta en el sofá viendo la tele o aún mejor leyendo un libro.
Repasando fotos antiguas que he visto millones de veces… y que dan lugar a una
profunda melancolía.
Es sábado, el café está ya frío, el cigarrillo se ha
consumido, sigo en pijama, las camas están aún por hacer…nada ha cambiado.
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