- “Cuando
rompáis más lanzas que Don Álvaro en Madrid”
Eso le contestó en un susurro casi
inaudible y retirando la mano, que él no
terminaba de apartar de los labios, se dio la vuelta acompañada de un rumor de sedas y de un ligero rubor en
las mejillas. Sabe que Suero está en prisión de amor desde hace meses, no es
que lo sepa ella, Leonor de Tovar, ¡es que lo sabe toda Europa! Pero nunca
hubiese imaginado que fuera ella la carcelera y parece que los versos que Suero
cincela con sus labios sobre la mano de la dama, no dejan duda:
“Que tan fermosa la vi
Que m´oviera de tornar
Loco el día que partí.”
Los escribió antes de marchar a Granada, junto
a Álvaro de Luna, a hacer doblar las rodillas al Emir. Qué pena que Castilla
tuviere a sus más ladinos enemigos en su propia corte. Suero, valiente, se vino
con el corazón desengañado porque ser valiente nada tuvo que ver con ser
valiente y, casi sin pensar ni imaginar que aquellos versos corrieron por
toda la corte de boca en boca, de dama en dama, cual brisas que alimentan las
hogueras de los patios de armas, en las tardes frescas de septiembre, mientras
los mozos se calientan las manos y las señoras los corazones en los salones de
los castillos, a la postre serían la
mejor excusa de su valor y gallardía
¡Ay
Leonor!, que volando a sus aposentos, dejando a Suero en el salón con los demás caballeros, se le
agolparon los latidos en las sienes.
¡Ay
Leonor!, que antes de meterse en la cama, esa misma noche, ya está arrepentida de haber mentado lanzas tronchadas
y solo quiere versos y besos de amor sin sospechar, si quiera, que este lance nacido de su inocente y femenina vanidad hará que
el mundo vuelva los ojos y admire, para siempre, a Suero de Quiñones.
Y mientras Leonor naufraga en cada
una de las orillas que Suero le propone
con tres versos y una sonrisa, Suero
cuenta las estrellas del cielo de Tovar desde el patio de armas. Ha dejado a
los demás caballeros comentando la
jornada de caza alrededor de la mesa del anfitrión, pero él, al arrullo del las últimas palabras de Leonor,
ha preferido oír ya el ruido de la lanza
al quebrarse contra el pecho de los caballeros más valientes de toda Europa.
Sintiendo el peso del escudo, el nervio del caballo entre las piernas, el sudor
corriendo entre la malla y el pecho en la tarde calurosa de agosto, a orillas
del Órbigo, justo donde el puente medieval rompe el paisaje de la ribera. Es El
Paso Honroso, que no ha de cruzar caballero alguno sin que sepa de su cárcel de
amor. Será valiente, Suero, una vez más y esta vez no será inútil tanta
valentía.
Corrió la noticia de que cayeron a sus pies
lanzas rotas por decenas en las tardes calurosas de 1434, corrió río abajo
hasta Oporto y subió entre las brisas camino delante hasta los Pirineos, hasta
Santiago de Compostela. El Apóstol tuvo prenda de los aconteceres de la misma
mano de Suero. Bien se supo que no hubo prisión de amor mejor librada que la suya.
A veces en esas tardes de otoño cortas de Noviembre, cuando Suero, después de comer se queda sentado dormitando frente a la chimenea y Leonor manda al ama levantar la mesa y atizar el fuego, apoyada la cabeza sobre la mano callosa y ruda, le parece mentira que hayan pasado tantos años. Mirando a Leonor cierra los ojos y escucha el siseo de la seda de su falda contra la piedra del salón. Siseo de sedas como las de aquel día en el castillo de Tovar. Es su nana, su cantarcillo favorito, lo mejor y más justo que a Don Suero de Quiñones le ha pasado:
- “Cuando rompáis más lanzas que Don Álvaro en Madrid”
A veces en esas tardes de otoño cortas de Noviembre, cuando Suero, después de comer se queda sentado dormitando frente a la chimenea y Leonor manda al ama levantar la mesa y atizar el fuego, apoyada la cabeza sobre la mano callosa y ruda, le parece mentira que hayan pasado tantos años. Mirando a Leonor cierra los ojos y escucha el siseo de la seda de su falda contra la piedra del salón. Siseo de sedas como las de aquel día en el castillo de Tovar. Es su nana, su cantarcillo favorito, lo mejor y más justo que a Don Suero de Quiñones le ha pasado:
- “Cuando rompáis más lanzas que Don Álvaro en Madrid”
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