Llevaba dándole vueltas
a ese interrogante varios días, porque la sensación de vacío que le aprisionaba
el corazón no le permitía encontrar una respuesta. Después de vivir emociones
intensas que nunca hubiera ni imaginado, ¿por dónde continuarían sus pasos?
Sentía bloqueada su
mente, dormir le costaba. Parece mentira que un simple acontecimiento a los
ojos de extraños, pero que había sido una meta alcanzada, de pronto hubiera
dejado paso a una sensación inmensa de agujero negro que parecía estar
fagocitando toda su creatividad, sus pensamientos, sus emociones. Era como una
sima profunda, oscura, tan vertiginosa
que se le terminaban los calificativos. Y no sabía cómo afrontarla. Ahora,
¿qué?
Una y otra vez la
pregunta martilleaba en su cabeza y le provocaba más angustia aún.
La vida a veces tiene
la generosidad de regalar momentos maravillosos y vivencias intensas, que se
comparten con afines a tus inquietudes y que incluso suceden de pronto sin
buscarlos. Ese regalo es un gozo para la existencia, sobre todo cuando hace
mucho tiempo vives rutinas que te hacen parecer un autómata, día tras día
haciendo las mismas cosas, oyendo las mismas palabras, observando los mismos
gestos, …. Cuando de pronto recuperas la cordura o quizá mejor dicho la locura
de sentirte ser humano, de crear, de reír, de llorar y gozar. Pasan las jornadas
y ese bullicio interior se va desgranando en palabras y charlas tan
enriquecedoras que todo lo demás pasa a un segundo plano.
Y cuando crees que has
llegado no a la meta, pero sí al menos a una pequeña victoria, regresa cual
bofetada en la cara esa sensación de hastío y confusión. Hay que hacerle
frente, lo sé. Hay que ponerse de nuevo en marcha y activar el cerebro y no
permitirle que se deje llevar por la desgana, hay que obligarse.
Poner en marcha el
saludable ejercicio de contar cuentos era una terapia que se había convertido
en una necesidad. Juntar letras para componer frases y relatar experiencias o
expresar deseos había vuelto a su vida cono una “enfermedad benigna” y no se
podía permitir el lujo de sucumbir al desánimo y prescindir de su dosis de
medicina terapéutica para sentirse viva. Eso era escribir.
Siempre dicen que no es
saludable dejar los tratamientos, se corre el riesgo de una recaída aún más fuerte que la enfermedad en su estadio inicial. Esa recaída
en su caso supondría la vulgaridad de los días sin sentido y no tener la
válvula de escape de la escritura. Hay que obligarse y luchar, es como un
mantra que se repite una y otra vez. Coger el bolígrafo y lanzarse en picado al
desafío de la página en blanco. Al final siempre merece la pena…. O casi
siempre. Esa era la respuesta. Ahora ¿qué? Ahora volver a sembrar de palabras e
historias el campo de la vida.
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