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jueves, 6 de octubre de 2016

LA MUJER DE BARRO (Autora: LALY Dbt)


Bajaba corriendo como nunca lo había hecho.
 Perdió un zapato; su vestido dejó jirones en las zarzas. Pero ahora eso no importaba, los jirones que dolían eran los del alma.
Intuía una presencia extraña en la noche, pero no la encontraba.
 Escuchó la oscuridad, oyó un sonido allá abajo, casi al fondo, como un sordo rio lejano que se perdía entre las rocas y luego se apagaba.
 La furia le dio alas, corrió, voló cuesta abajo buscando aquel murmullo.
El corazón le golpeaba el pecho, las sienes le dolían, no conseguía que aquel grito que la ahogaba saliera de su garganta.
El cielo retumbó sobre ella y se desgarró por la mitad. La lluvia torrencial tiraba de su vestido, que ella misma acabó de arrancar, hasta quedar desnuda.
El viento, tan embravecido  como ella, producía melodías furiosas que bailaban entre su pelo enmarañado.
El dolor estaba allí, agazapado entre las rocas sobre las que corría descalza. Era una punzada paralizante que le mordía el alma y  recorría su cuerpo hasta llegar a sus entrañas.
Era una fiera herida de muerte, o de vida; imposible distinguirlo, porque su vida se había cruzado por el camino con la muerte.
 Ya no sabía de lo que huía ni adónde iba.
 El frío y el cansancio la vencieron. Las piernas le temblaban y su cuerpo se dobló. Quedó tendida en el suelo. Sólo entonces, brotó aquel aullido que la oprimía el  pecho y se perdió por el aire, en aquella caótica noche.
 La batalla que se libraba en una zona oscura de su alma terminó;  su rival era demasiado fuerte. Sintió la calma que te da el admitir la derrota.
No intentó levantarse. La corteza de la noche la cubrió y allá afuera, a lo lejos, quedó el mundo. Bajo el barro se apreciaba un cuerpo de mujer.
Llovieron muchas lunas sobre ella porque los días no se atrevieron a existir.
 El tiempo dejo de respirar, su corazón estaba seco pero los recuerdos seguían pasando por él,  trayendo de forma despiadada su cara, sus abrazos, el primer beso, el último…
  “Vio una extensa llanura sin principio ni fin, velos de seda violáceos y azulados bailaban en el cielo, mientras una preciosa figura cruzaba el horizonte: era ella  a lomos de su caballo, formando un solo cuerpo con dos crines negras al viento, con un galope tan armonioso que parecía que se deslizaran por el aire.
De repente, un rayo fulminante rompió aquella figura, ella cayó al suelo y el caballo continuó avanzando hasta perderse entre las nubes.
Aquella fue la danza de despedida de la vida y la muerte, mientras se oía, desde aquél infinito, la sinfonía del adiós”.
La vida murió sin aviso.
Allí tendida la encontraron los rayos del sol cuando por fin, un día se atrevió a amanecer. El cuchicheo del silencio la despertó. Abrió los ojos.
 El dolor ya no era tan agudo,  ahora acechaba tímidamente desde el aire.
¡Que lejano parecía todo!
 Lentamente consiguió incorporarse.

 Desde entonces, cortando el horizonte, se ve la silueta de una mujer de barro  mirando fijamente aquel punto por el que desapareció su caballo.

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